La fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, el 25 de agosto afirmó que el narcotráfico financia a funcionarios públicos en toda Centroamérica para contar con un corredor protegido hacia Estados Unidos. La mención de Bondi del “puente aéreo”, en particular a través de Honduras y Guatemala, no surgió de la nada. Preparó al público estadounidense para una intervención en Centroamérica y, ominosamente, en Venezuela, el centro de origen de gran parte del contrabando.
El régimen chavista ha sido una brutal dictadura socialista por más de una década. Sin embargo, hablar de carteles de droga cautiva la imaginación de los estadounidenses —con escenas de Breaking Bad que vienen a la mente— y la participación de los chavistas en el narcotráfico les ha valido el apodo de Cartel de los Soles.
Como explicó el coronel del Ejército estadounidense Joshua Potter en el Foro de Seguridad del Hemisferio Occidental de 2017, “[la Administración para el Control de Drogas, DEA] ha sido campeona absoluta encarcelando a gente mala… porque todo el mundo odia las drogas.… Hemos descubierto que es mucho más fácil lograr una condena exitosa en un caso de drogas que en un caso de lavado de dinero, o en un caso de terrorismo, o en cualquier otro.” Basta ver lo que pasó con el expresidente hondureño Juan Orlando Hernández.
Si a los estadounidenses les importara la tiranía cerca de sus fronteras, estarían ansiosos por cambios de régimen en Cuba y Nicaragua. No lo están. Los votantes estadounidenses tienen una fuerte veta no intervencionista que resulta una molestia para los neoconservadores que desean imponer el poder militar de EE. UU. en el extranjero, especialmente en Medio Oriente.
La mayoría de los neoconservadores probablemente no se preocupan por la guerra contra las drogas y se dan cuenta de que es un esfuerzo inútil. Sin embargo, necesitan munición ideológica contra los paleoconservadores, quienes ven más conflictos en el extranjero como algo ni asequible ni de interés estadounidense. Uno se pregunta cómo una agenda “America First” incluye rescatar a otros países de su miseria autoinfligida.
Incluso si un líder de cartel o un cartel completo abandona el negocio o es encarcelado, eso solo deja un vacío para que otros retomen la actividad. El académico colombiano Daniel Raisbeck señala que los narcóticos son astronómicamente rentables porque no hay impuestos ni regulación, y existe una demanda sin fondo.
La economía básica también muestra que, mientras más se reprima a los proveedores de drogas, más brutal y lucrativa se vuelve la oferta. Esa rentabilidad alimenta una carrera armamentista imposible de ganar que nos ha llevado al momento actual. El gobierno estadounidense presume que ha bombardeado una lancha en el Caribe. Sin embargo, los federales se están enfrentando literalmente a un enorme cartel armado con el ejército soberano de Venezuela, guerrilleros endurecidos de los disidentes de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y una red de regímenes, terroristas y criminales antiestadounidenses como Cuba, Irán, Hezbollah y el Tren de Aragua.
Este colosal enemigo alimentado por la guerra contra las drogas encaja perfectamente como espantapájaros para agitar la sangre del electorado, infundir miedo en nuestros corazones y justificar un complejo militar en auge. Sin embargo, entrar en batalla con el Cartel de los Soles humillaría a las fuerzas estadounidenses, ya que el enemigo bien financiado es descentralizado y no convencional. Mientras la demanda sea fuerte y la oferta esté restringida, ese financiamiento se mantendrá, y enfrentar a los proveedores será un juego del tipo Whac-A-Mole.
Una política de drogas reflexiva y realista frenaría la demanda y haría que la oferta fuera menos lucrativa y más transparente, y escribo esto como alguien que no soporta las drogas y nunca bebe alcohol. El presidente Barack Obama admitió haber consumido cocaína, y la candidata presidencial Kamala Harris admitió haber fumado marihuana, por lo que hacer cumplir la prohibición de drogas se ha convertido en una farsa. Los estadounidenses necesitan asumir responsabilidad personal en cómo abordan las drogas, y la regulación adecuada estaría mejor en manos del nivel local.
La liberalización de las drogas, especialmente si se aplica más allá de Estados Unidos, le quitaría el piso a los proveedores de carteles al introducir competencia y eliminar ganancias exorbitantes. También sería una ficha de negociación pacífica hacia el retorno de la democracia en Venezuela. Podemos oponernos a la tiranía y a la necedad socialista del régimen chavista sin escalar una insensata guerra contra las drogas que ha empoderado al enemigo y contribuido a déficits fiscales interminables en casa.
Publicada originalmente en La Tribuna.