Por César Reynel Aguilera
Me encanta Donald Trump, primero que todo por un artículo que escribió en 1999 explicando el porqué no invertiría en un gran proyecto inmobiliario que el régimen castrista había anunciado con bombos y platillos en esa época. Su razón: no invertiría en propiedades robadas.
Me encanta Donald Trump, porque décadas antes de postularse para presidente, ya tenía clara la idea de que una caterva de antiestadounidenses que habían logrado disfrazarse de políticos estaba vendiendo Estados Unidos a otras potencias extranjeras.
Me encanta Donald Trump, porque la izquierda estadounidense lo cortejó durante años para que fuera un candidato demócrata y él se negó. Lo hizo porque desde entonces sabía que la mayor parte de esa caterva de odiadores de Estados Unidos eran miembros de la élite del Partido Demócrata.
Me encanta Donald Trump, porque cuando el Partido Demócrata le hizo saber que controlaban los medios y que lo harían puré de talco si intentaba postularse, no solo se postuló, sino que supo oponer a la proverbial hipocresía anglosajona y a la ancestral culpa protestante —que son las piedras angulares de la propaganda demócrata— con un estilo desenfadado, directo, sincero, y en ocasiones brutal en su honestidad. Un estilo que, claro está, enseguida fue tildado por la propaganda demócrata como mentiroso, arrogante, avasallador y más.
Me encanta Donald Trump, porque sé, como solo un cubano puede saberlo, que New York Times, CNN, Washington Post, El País y otros muchos medios de izquierda, llevan décadas mintiendo sobre la mal llamada revolución cubana y defendiendo, con sus mentiras, a ese despotismo castrista que sufrimos ya por más de 60 años.
Me encanta Donald Trump, porque ante medios que no tienen la decencia de anunciar que son aliados de una ideología caduca, la única respuesta posible es la lengua bien sacada a la “post verdad”, el dedo mostrado a sus exageraciones y los pantalones bajados de “si vamos a mentir, mintamos”.
Me encanta Donald Trump, porque si hubiera sido cortés en el debate con el pobre anciano abusado de Joe Biden, los medios demócratas habrían dicho que su oponente lo calló; y, si lo hubiera interrumpido, para no dejarle pasar sus mentiras evidentes e insultantes, los medios demócratas habrían dicho —como lo hicieron— que eso era un vergonzoso e incivilizado circo.
Nada más refrescante que ver a un hombre ejercer esa libertad que siempre nos regalan cuando sabemos, de antemano, que el juicio que recibiremos ya está decidido.
Me encanta Donald Trump, porque la versión moderna de la vieja aristocracia europea, los hoy llamados socialistas y socialdemócratas, llevan décadas parasitando el presupuesto militar estadounidense y las más avanzadas tecnologías de defensa de Estados Unidos, mientras se llenan la boca para denigrar al país que los salvó del nazismo y del comunismo.
Me encanta Donald Trump, porque ya era hora de que se acabara la ley del embudo en el trato de Estados Unidos con sus supuestos aliados. Si la parte estrecha del cono siempre le tenía que tocar a Estados, y además este país tenía que aceptar que lo catalogaran como el malo de la película, entonces se imponía, como un aviso, el gesto de un teléfono bien colgado.
Me encanta Donad Trump, porque recientemente Alemania ha sido llamada la provincia número 33 de China; porque el sur de Europa es cada vez más iraní, y porque Australia lleva años aceptando la penetración China e ignorando los llamados de atención al respecto de Estados Unidos. Ante ese cuadro, es mejor dejar de mantener militarmente a esas naciones. Al final, parece decir el actual presidente estadounidense, en este mundo casi nadie tiene lo que se merece, pero casi todos tienen lo que buscan.
Me encanta Donald Trump, porque estoy cansado de que Rusia, un país con un Producto Interno Bruto equivalente al del estado de Nueva York —antes de que Cuomo lo reduzca— vaya por el mundo blufeando sus aires de superpotencia, a costa de la permisividad de esos políticos estadounidenses que odian a su país y están dispuestos a venderlo.
Me encantan Donald Trump, porque, durante su primer mandato, Rusia no ha hecho nada equivalente a comerse parte de Ucrania, mandar en los destinos de Siria; o lograr que su provincia en las Américas, Cuba, recibiera —sin contar con el dolor de los cubano-estadounidenses— una rendición incondicional por parte de Estados Unidos.
Me encanta Donald Trump, porque dijo desde el principio, y el tiempo lo ha comprobado, que toda la trama de su supuesta colusión con Rusia no era más que una utilización asquerosa, ilegal, y sin precedentes del FBI, la CIA y el Departamento de Justicia para perseguir a un presidente legítima y legalmente electo. Lo dijo, y hoy demuestran que tuvo la razón todos esos documentos que están siendo desclasificados y que ilustran, sin lugar a la más mínima duda, que todo fue una operación única en la historia de Estados Unidos. De hecho, es esa clase de bajeza que yo creía solamente a Fidel Castro capaz.
César Reynel Aguilera es un historiador y novelista de orígenes cubanos residiendo en Montreal. Él escribe en https://reynelaguilera.wordpress.com. Este artículo ha sido tomado de un ensayo más largo, ahora publicado en el blog de César, quien lo escribió en respuesta a otro ensayo titulado “Por qué no me gusta Donald Trump” por el escritor cubano-estadounidense Carlos Alberto Montaner.
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