Por Silvia Gutierrez Boronat
Tan pronto como los resultados electorales de Miami-Dade salieron a la luz, los grandes medios estadounidenses y defensores del régimen cubano —ambos grupos bastante similares— se apresuraron a encontrar una explicación políticamente aceptable.
En lugar de mirar factores racionales como política exterior e interior, los eruditos recurrieron directamente al psicoanálisis superficial. Los cubanoestadounidenses fueron “ingenuos”, “les lavaron el cerebro” y cayeron en la “desinformación” y en la “retórica del miedo”.
¿De verdad? Sabemos que los progresistas recurren a la invectiva personal cuando les hace falta argumentos para defender sus posiciones. En este caso —y no es la primera vez—, los famosos analistas se pasaron de la línea y entraron en el terreno de la intolerancia.
Lo que los progresistas se rehúsan a admitir sobre nosotros, los cubano estadounidenses, es bastante simple. Lo que nos distingue es nuestra experiencia vivencial. No pueden manipularnos con argumentos comunistas, porque hemos vivido el comunismo. Lo que nos atemoriza es la forma en la que muchos estadounidenses —los expertos especialmente— subestiman el nivel de la depravación totalitaria.
Por décadas, la mayor característica de las campañas presidenciales en Miami-Dade ha sido el conjunto de imágenes de candidatos tomando café y pronunciando “Viva Cuba Libre” a multitudes emocionadas. Por muchos años, no hemos visto un candidato que realmente crea en esto y entienda su importancia para la seguridad de Estados Unidos —incluyendo la libertad para Venezuela y Nicaragua, salvaguardando la democracia en Chile, Colombia y demás—.
En 2020 necesitábamos un candidato que tomaría las acciones necesarias para combatir a un régimen criminal a 145 kilómetros de distancia.
Las ambiciones del régimen cubano no se limitan a Cuba. Los líderes cubanos, entre los más represivos del mundo, anhelan la destrucción total de Estados Unidos y todo lo que significa. El presidente Donald J. Trump era el candidato que claramente lo entendía, y junto con el vicepresidente Mike Pence, lo demostró.
Llamaron al régimen criminal en Cuba por lo que es y tomaron las acciones correspondientes. Ejecutaron artículos de la Ley de Libertad para Cuba de 1996 que estuvieron pendientes por mucho tiempo. Expusieron a empresas extranjeras que estaban actuando como coartada para el régimen cubano, respaldando financieramente su represión y dominio.
El gobierno de Trump, a diferencia de los anteriores, tomó medidas efectivas para alcanzar la libertad para Cuba, Venezuela y Nicaragua. Bloqueó el avance comunista en otros países e inició procesos judiciales contra dirigentes comunistas violadores de los derechos humanos. Lo más probable era que el régimen criminal cubano no hubiera sobrevivido a un segundo periodo de Trump.
El mes pasado, el expresidente Barack Obama hizo una parada de campaña en Florida por el binomio Biden-Harris. Obama dijo que los dictadores querían la victoria de Trump, porque él les daba todo. Era Biden —o así lo mencionó el expresidente— quien no se codearía con dictadores. “Joe restaurará nuestra buena reputación alrededor del mundo, porque sabe que nuestra verdadera fortaleza está en ser el ejemplo que el mundo quiere seguir —una nación que apoya la democracia y no a los dictadores—”.
Si Obama pensó que los cubano estadounidenses se entusiasmarían con eso, estaba equivocado.
En 2016 fue Obama, no Trump, quien viajó a Cuba y alegremente compartió un juego de béisbol con Raúl Castro. Fue Obama quien quiso dar a la dictadura todo a cambio de nada. Fue Obama quien llevó a su familia a una isla subyugada por el comunismo, dando paso a una campaña de relaciones públicas para humanizar al monstruoso régimen y sus crímenes en contra de la humanidad.
¿Qué tipo de ejemplo es ese para el resto del mundo? ¿Cuál es su mensaje para las víctimas del régimen y sus familias?
En lugar de llevar a la justicia a los caudillos criminales cubanos, Obama les entregó la aprobación de Estados Unidos, como ocurrió en la Cumbre de las Américas de Panamá. Quizá es por eso que los prominentes activistas por los derechos humanos dentro de Cuba, junto con los cubano estadounidenses de Miami-Dade, apoyaron a Trump y su política con Cuba.
En Cuba, como en Estados Unidos, los cubanos no son ingenuos. Sabemos muy bien que las acciones hablan más que las palabras.
Silvia Gutierrez Boronat es activista por los derechos humanos y consultora de comunicación cubanoestadounidense.
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