Escuchar a Joe Biden hablar sobre la política exterior de Estados Unidos es divertido solamente si imaginamos al trastornado senador en El embajador del miedo preguntado a su esposa: “Oye, nena, ¿puedo tomar un trago más?”
En una reciente entrevista del noticiero de Miami CBS4, Biden generó nuevos titulares al decir que si es presidente, él restaurará la política con Cuba de Barack Obama.
Las declaraciones de Biden sobre Cuba parecen salidas de un universo paralelo. Lo único certero es que si Biden llega a la Casa Blanca, nos llevará a todos de regreso al periodo de Obama –no sólo en cuanto a Cuba, sino a cada uno de los aspectos de la política exterior–.
Cuba era la pieza central de Obama. Mostraba su perspectiva con completa claridad: Estados Unidos debe dar un paso atrás como el único superpoder del mundo y tomar su puesto como uno de varios países en una federación globalista. La idea subyacente era que EE.UU. sea parte de la creciente corriente de radicalismo y socialismo.
Al regresar a ver a la Habana, Obama estaba rindiendo homenaje a todo el legado de Fidel Castro. Durante medio siglo de gobierno, Fidel extendió el dominio de Cuba a los rincones más lejanos del vasto continente americano.
En Centroamérica, instaló un régimen satélite en el sandinismo nicaragüense. El secuaz de Castro, Daniel Ortega, ha gobernado por 26 años en las últimas cuatro décadas y sigue en el poder. El Salvador, al norte de Nicaragua, fue el blanco de una atroz intervención liderada por Castro, quien estuvo a nada de conquistar dicho país.
Fidel fue muy exitoso en invadiendo la gran Sudamérica, donde Venezuela, la nación rica en petróleo, se convirtió en el principal estado vasallo de Cuba. El vecino de Venezuela, Colombia, un país altamente controversial, fue escenario del primer ataque político de Castro. Como un estudiante de derecho de 21 años, diez años antes de tomarse el poder en Cuba, Fidel fue uno de los que crearon el infame Bogotazo que hundió a Colombia en décadas de conflicto interno. La infiltración cubana agobia a Colombia hasta la actualidad.
Guatemala, por su riqueza en recursos y su ubicación geopolítica central, ha sido destino de interés para Castro desde la década de 1960. Por dos décadas respaldó el ataque de la guerrilla en contra del país, antes de que las comunidades indígenas de Guatemala la derroten. Luego Castro cambió sus tácticas y trabajó en una toma izquierdista alimentada por la infiltración y manipulación política.
Esta segunda campaña de Castro en contra de Guatemala se mantuvo casi durante tres décadas, hasta 2018, y estuvo cerca de alcanzar sus objetivos. El gobierno de Obama brindó un apoyo considerable, con Hillary Clinton, John Kerry y un trío de embajadores de EE.UU. Joe Biden también jugó un rol crucial. Sus actividades aún no llegaban al nivel de convertirse en titulares, pero sus testimonios de primera mano ya están en el registro público –incluyendo uno de Otto Pérez Molina, quien era el presidente de Guatemala en aquel momento.
Hasta el día de hoy, y gracias al legado del estado profundo, el apoyo de la embajada de EE.UU. para la toma castrista de Guatemala sigue en pie. De hecho, la función primordial de las embajadas de EE.UU. en apoyar a partidos socialistas latinoamericanos está demostrada por denuncias a lo largo del continente.
Lo mencionado antes es tan solo un balance de cuentas parcial de lo que Biden propone reactivar.
Es casi cómico que, mientras Biden defendía la idea de restituir las relaciones diplomáticas con Cuba que Obama impulsó, dijo, “cuando reformamos la política, empezamos a recibir más apoyo desde la región”. ¿De dónde recibieron todo ese nuevo apoyo? De Daniel Ortega, Nicolás Maduro, los gobernantes socialistas de Ecuador y Bolivia, las pandillas castristas de Guatemala y todos los partidos socialistas desde el Golfo de México hasta la Tierra de Fuego.
Otro momento a considerar en la entrevista del noticiero CBS4 ocurrió cuando el presentador Jim DeFede preguntó a Biden por qué Estados Unidos debería premiar a Cuba por apuntalar un régimen como el de Maduro en Venezuela. Biden respondió: “No hay razón por la cual no podamos seguir sancionándole [al régimen cubano]. Pero no reconocerlo por completo es muy diferente a sancionarlo”.
La declaración contiene varias incoherencias, pese a su corta duración.
Primero, la política estadounidense bajo el mando de Biden nunca sancionaría a los líderes cubanos. Obama nunca los sancionó; todo lo contrario. Sin importar qué hicieron –y ellos solamente se volvieron más agresivos y rudos en respuesta a la generosidad estadounidense– Obama les siguió llenando de dinero y honores.
Fue una política sin fundamento. Una política similar de Biden sería aún más inútil.
El segundo inconveniente con la declaración de Biden es que perpetúa una falacia acerca de la política con Cuba de Trump.
Trump no ha retirado el reconocimiento diplomático de los cubanos. Les ha sancionado con recorte de viajes y restricción de flujos de capital. Está claro que a los líderes cubanos tampoco les agrada Trump. Pero en ese entonces no les agradaba Obama, y les agradaría mucho menos Biden.
Los actuales líderes cubanos son personas con pocas cualidades a rescatar. Pero aquí hay una: con su aguda agresividad, harían que incluso Joe Biden parezca benévolo.
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