Por Ariel Montoya
No hacen falta arengas incendiarias para mencionarle sus verdades al empresariado nicaragüense sobre sus festines fiscales con el régimen genocida de Daniel Ortega tras el acuerdo económico desde el 2007, en el entendido que se sigue manejando una actitud timorata hacia el Gobierno y que incluso fue tildado satisfactoriamente de “revolucionario” por el magnate Carlos Pellas, uno de sus representantes. Hace 250 años, el economista escocés Adán Smith —además el primero en escribir sobre la empatía— ya había sentenciado que una gran parte de los empresarios producían pero para sus propios beneficios, olvidándose de las necesidades ciudadanas, haciendo a un lado el intercambio cooperativo, la búsqueda de beneficios mutuos y la tendencia a la igualdad.
Pero Adán Smith, ese gran desconocido por la mayoría del gremio referido, era un ferviente defensor del empresariado, que creía en él y que a través de los tiempos sus tesis se siguen imponiendo sobre el ensarrado calvario marxista, aunque estaba más que claro de las debilidades cometidas por algunos miembros del sector privado, lo que se aplica a la actualidad.
Debilidades que al día de hoy por ignorancia, mercantilismo pusilánime y la búsqueda del bien gremial y no común se siguen cometiendo y más aún, en gran medida (o culpabilidad), arrastrando a la debacle social y política que hoy padece Nicaragua, en parte por el primitivismo político de nuestros gobernantes, pero también por el feudalismo posmoderno con que se manejan las empresas, en la cual la tamborileada responsabilidad social corporativa no pasa de ser una simple bagatela ante las inmensas fortunas acumuladas.
Aterricemos. Semanas atrás una ejecutiva de una de las cámaras del Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep) dijo que esta institución debía llevar a cabo algunos cambios.
Pero no. Declaraciones tibias. Como lo son las dadas por la mayoría de sus miembros, entre quienes existe una capa fuerte de ejecutivos más que empresarios propiamente hablando y algo peor, permitiéndose que en sus filas haya miembros provenientes del sandinismo, lo que choca con la agrupación al haber asesinado a uno de sus líderes, Jorge Salazar, en los 80 por miembros de ese partido en el poder y cuyo nombre lleva con honor la institución.
Lo que dicho sector requiere es de reformas profundas (cambio de calcetín), las cuales difícilmente se van a dar por los lastres que todo el aparataje institucional padece, y del cual el empresariado es parte, pues aunque si bien es cierto que pueden hacer lo que quieran como sector privado con su patrimonio, utilidades y comportamientos por ejemplo reeleccionistas en el caso de su actual presidente, José Adán Aguerri, no guardan el dinero debajo de la almohada sino dentro del sistema financiero nacional. En otras palabras, la crisis institucional permea a toda la nación, es la esencia de la guerra civil pasiva.
Las elecciones de una nueva junta directiva lo que tendrán de nuevo si acaso será a un nuevo presidente, pero la espiritualidad mental y el acomodamiento en el sistema difícilmente prosperarán, veamos dos ejemplos: el líder saliente del Cosep ya dijo que de no continuar como presidente seguirá siendo parte influyente del mismo y uno de sus aspirantes a este cargo, que ya lo cubren las canas como ejecutivo de una cámara, dijo recientemente que los “relevos” son buenos (…).
Me espanta pensar que así como en política no hemos tenido liberalismo con la intensidad de esta doctrina, no tengamos empresarios, emprendedores, sino mercaderes apoyados en la mezquindad del caudillo de turno.
Como escribe Carlos Fuentes en su prólogo a las memorias del empresario venezolano Gilberto Cisneros, este sector en Nicaragua seguirá siendo parte de una gremialidad bajo el estereotipo de “rentistas pasivos en la Iberoamérica de riquezas estancadas, de burócratas adormecidos cuando no venales. Y de tiranos y tiranuelos dueños de vidas y haciendas”. Me espanta.
Artículo publicado originalmente en La Prensa.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos.
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