Estados Unidos apoya a Fidel
Once de la mañana, 9 de abril de 1958. En La Habana, personas no identificadas se apoderaron de tres estaciones de radio y declararon una emergencia.
“¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga! ¡Todos a la huelga! ¡Todos a las calles! ¡Pueblo de Cuba, ha llegado la hora! ¡Debemos evitar que la tiranía de Batista, respaldada por el terror de los matones y los rompehuelgas, dirija los servicios públicos! ¡Debemos evitar que se abran las tiendas! ¡Debemos evitar el tráfico en las calles! ¡Debemos evitar todos los movimientos de la dictadura! ¡Viva el pueblo de Cuba! ¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!”.
Al escuchar el anuncio, Félix saltó a su escarabajo Volkswagen verde y corrió hacia la oficina donde los camaradas hacían panfletos con los lemas de la radio.
—¡Vengan! —exclamó Félix mientras tomaba algunos folletos y salía corriendo con cinco camaradas hacia el auto—. ¡Hagan circular los folletos! —ordenó—. ¡Tírenlos a la calle si hace falta! Un compañero regresó corriendo.
—¿Qué clase de huelga general es esta? ¡Todo está abierto!
De hecho, ¡qué clase de huelga general! En el momento de la transmisión, fuerzas del Movimiento 26 de Julio atacaban la Compañía Armera de Cuba, en La Habana Vieja, un ataque que abortaron los policías que se encontraban en la cercanía. Fidel Castro estaba detrás de todos los disturbios; Félix y sus compañeros comunistas eran de los pocos en saberlo.
Castro y sus partidarios deben haberse alborozado por las sublevaciones masivas que surgieron de la nada en Santiago de Cuba y pensaron que, con solo dar la voz en La Habana, la primera ciudad de Cuba se comportaría de la misma manera.
A último momento, Fidel había dicho a sus organizadores que se unieran con otros grupos. Algunas propuestas fueron para los comunistas, quienes las acogieron. Pero, finalmente, los miembros del 26 de Julio de la capital habían decidido actuar por su cuenta. No confiaron en casi nadie. Tampoco siguieron ninguna estrategia para conseguir el apoyo de estudiantes, trabajadores y otros grupos clave. Hicieron público el llamamiento al último instante. La transmisión se produjo en medio de un día de trabajo, por lo que casi nadie tuvo la oportunidad de unirse. Para colmo, los locutores no se identificaron. Los oyentes no tenían razón alguna para creerles.
Después de evaluar el evento, Félix pensó: “¡Santo Dios! ¡Esa acción del 26 de Julio ha sido tan estéril como la del Directorio!”.
El total fracaso de la huelga fue un duro golpe para el prestigio de Fidel Castro. También dejó claro que la campaña del 26 de Julio, a pesar de tener algún éxito en las provincias y una crítica entusiasta en el New York Times, aún no estaba listo para llevar su espectáculo a la ciudad. Lo que realmente le faltaba y necesitaba con urgencia era capacidad de movilización y control de los problemas que tenía el Partido Comunista.
Enojado, Fidel desautorizó a sus propios partidarios. De manera seria y oculta comenzó a relacionarse con los comunistas que podían ayudarlo a organizar a los trabajadores y a los pobres de las ciudades.
—El Partido ha decidido que ahora las condiciones objetivas son favorables para apoyar la lucha armada contra el régimen títere de Batista —explicó a sus miembros el secretario general de la célula de la Juventud Socialista en la que militaba Félix.
—¿Qué significa eso? ¿Por qué el Partido tomó el año pasado la decisión de no apoyar la lucha armada? —preguntó César Gómez con espíritu de contradecir al otro camarada.
—La decisión del Partido de apoyar a la insurgencia en este momento es una demostración de que la línea anterior también era correcta —dijo torpemente el secretario general para apoyar la línea del Partido.
—¿De verdad? —preguntó César—. ¿Cómo se explica eso?
—El año pasado las condiciones no estaban maduras para unirse a la insurgencia. Por lo tanto, el Partido estaba en contra. Ahora el Partido puede unirse bajo condiciones que son políticamente mucho más favorables. Ambas líneas son, por lo tanto, correctas.
César no malgastaría más su aliento.
Batista estaba en la cresta de la ola. Un año antes había derrotado al Directorio Revolucionario porque, a diferencia de su predecesor, sabía cómo mantenerse a salvo dentro de una fortaleza con una guarnición leal. También sabía que, si la rebelión no tenía nada más que presentar que un llamamiento a la huelga general, por demás mal escrito, resultaba ventajoso a largo plazo.
A corto plazo, Batista ordenó a su Ejército atacar al movimiento guerrillero en su propio territorio de la provincia Oriente y acabarlo.
Un año y medio antes, Castro había desembarcado con su esquelética fuerza en Oriente con la idea de repetir el ataque al Cuartel Moncada y esta vez hacerlo bien. En esa repetición, ¿qué podría haber sido diferente?
Nunca lo sabremos. La campaña del 26 de Julio no tuvo éxito con las tácticas militares clásicas ni tampoco con tácticas de guerrilla. Pero sí tuvo éxito en un campo donde podía brillar su único talento: el de las imágenes y las apariencias, ambas artífices de los movimientos políticos victoriosos.
En las montañas del oriente de Cuba, Fidel encontró una población rural descontenta e ideó cómo utilizarla para sus propósitos. Cuando Batista lanzó su ofensiva militar en mayo de 1958, los campesinos apoyaron a la pequeña fuerza de Castro como protesta contra Batista. De repente, el comando de Castro contaba con legiones de simpatizantes que le daban información sobre cada movimiento del Ejército. Con miles de ojos trabajando para la fuerza rebelde, los hombres de Castro podían atacar cuándo y dónde eligieran.
El ejército rebelde ganó una serie de victorias y tomó cientos de prisioneros. Esos prisioneros, a los que Castro no podía retener de ninguna manera, fueron entregados a la Cruz Roja sin que uno solo fuera maltratado. Esta exhibición de relaciones públicas constituía un elocuente contraste con los métodos de Batista.
A los miembros regulares del Ejército cubano, como a los soldados de cualquier parte, no les gustaba luchar contra su propio pueblo. La campaña desanimó a las tropas regulares, así como a sus oficiales. Los hombres alistados detestaban obedecer las órdenes que sus oficiales detestaban dar. La estructura de mando del Ejército se derrumbó. Frente a un público asombrado, Batista retiró de Oriente sus fuerzas, en pánico y derrotadas.
El comando de Castro comenzó a funcionar rápidamente en toda la provincia Oriente como un Gobierno de facto. En agosto, Fidel eligió a la comandante Pastora Núñez “para visitar a todos los propietarios de plantaciones de azúcar en la provincia Oriente e informarles que, por decretos militares del ejército rebelde, se establecía una contribución de quince centavos por cada saco de azúcar de 113 kilos producido en la cosecha de 1958… El pago daba el derecho al contribuyente de contar con la garantía de que solo el ejército rebelde velaría por los campos de caña y las instalaciones industriales de todos los centrales azucareros de la provincia. El incumplimiento de estos decretos, en el tiempo y forma indicados, dará lugar a sanciones irrevocables a partir de esta fecha”.
En otras palabras: si no hacían los pagos, los campos de caña serían quemados y la maquinaria destruida.
La comandante Pastora o Pastorita, como muchos la llamaban, era un tipo de mujer que probablemente nunca antes los propietarios de los centrales, muchos de ellos estadounidenses, habían conocido. A los cosechadores de caña de azúcar, Pastorita les dio una opción simple: ¿Sí o sí? Para respaldarla, el hermano de Fidel, Raúl, ordenó el secuestro y la rápida liberación de varios estadounidenses, una medida que mostró la resolución de la guerrilla sin dar motivos a Estados Unidos para tomar represalias. Fue una coacción perfecta a las compañías estadounidenses que estaban llenando rápidamente las arcas de Castro.
Esos pagos concordaban con una recomendación escrita por la embajada de Estados Unidos: “El Departamento de Estado se adhiere a una estricta política de neutralidad” en la lucha entre Batista y los rebeldes. Esa política había tardado en llegar. El embajador Smith estaba disgustado con Batista y sus métodos. Ahora que las empresas estadounidenses en Oriente, sede de los negocios estadounidenses en Cuba, habían comenzado a pagar dinero de protección a la parte rebelde, Washington estaba listo para consentir oficialmente que Batista debía irse.
Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.
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