La amenaza roja

Decimoséptimo fragmento de “Hermanos de vez en cuando”

Provincia de Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba.

Fratricidio en el aire

[De los recuerdos de Emi Rivero]

La sede del Partido Comunista estaba en la avenida Carlos III, una avenida importante de La Habana. Los comunistas todavía estaban separados del Gobierno. En términos formales, ni siquiera se suponía que fuera un partido, aunque en secreto continuaban trabajando como tal.

Conocía los sentimientos de muchas personas en las fuerzas armadas sobre el ascenso de los comunistas en las estructuras oficiales; sobre el entrenamiento constante de brigadas irregulares y sobre el adoctrinamiento masivo en el Ejército y en la sociedad. Un ataque que eliminara a los principales líderes comunistas despertaría un entusiasmo en las Fuerzas Armadas y el Gobierno que Castro encontraría difícil de contener. Estaba destinado a causar un cisma repentino y violento en el Gobierno. Yo estaba lo suficientemente seguro de la importancia del ataque como para planear liderarlo personalmente.

Tenía algunas armas disponibles para mí en La Habana. Pensaba si debía llevar una ametralladora Thompson o una carabina M3. Me decidí por la M3, menos precisa que la Thompson, pero más resistente y menos propensa a fallos. Sería una pelea a corta distancia dentro de un edificio, donde el volumen de fuego, y no la precisión, daría la ventaja.

El objetivo del ataque era no dejar con vida a nadie en el edificio. No me gustaba pensar en lo que sucedería en caso de que mi hermano estuviera trabajando allí en ese momento. Los principales líderes comunistas, sin embargo, deberían estar allí. Por lo tanto, no actuaría sin información precisa sobre las oficinas del Partido.

En este sentido, me sorprendió lo difícil que me resultó aprender incluso las cosas más simples que necesitaba saber. Como Fidel, los comunistas se defendían con una agresiva contrainteligencia.

A principios de octubre recibí un mensaje del Extraterrestre. En esencia, decía: “Mira, Brand, sobre esa acción que estás planeando, no creemos que tengas las fuerzas para llevarla a cabo”.

Ese mensaje fue otra sorpresa. El ataque a la sede del Partido era un proyecto mío. No había tratado de involucrar a la CIA ni se lo había contado a mis contactos con ella, aunque tampoco me había esforzado en mantenerlo en secreto para ellos. Lo había discutido con Francisco, quien trabajaba estrechamente con los norteamericanos.

La gente de la CIA estaba en lo cierto en su evaluación. Mi plan era atacar tan pronto como tuviera todos los elementos necesarios en su lugar. Como no había atacado, era obvio que no me sentía preparado.

¿Por qué entonces los estadounidenses me pasaron el mensaje? Probablemente para hacerme saber que no podía hacer un plan sin que lo descubrieran.

* * *

Durante una reunión, Brand recibió una noticia inesperada de su amigo Benito F. que lo ayudaba en la investigación sobre un plan de ataque en La Habana.

—Hemos visto a tu esposa —le dijo Benito—. Escucha, tienes que visitarla. Esa mujer está destruida.

—¿Prepararías un encuentro con ella?

—Enseguida.

Benito llevó a Pelén a un departamento que él poseía con el pretexto de que una amiga de su esposo quería verla. En lugar de la amiga, encontró a su esposo.

Antes que nada, hicieron lo que casi todas las parejas jóvenes suelen hacer después de una larga separación. Después, ella preguntó:

—Emi, ¿qué está pasando? ¡No entiendo!

—Estoy tratando de deshacernos de ese hijo de puta.

—¿Por qué no puedes estar con nosotros? ¿Por qué no podemos verte?

—Es muy peligroso. Escucha, tienes que ir a la embajada de Estados Unidos y pedir visas para los niños. Quiero que te mudes a Miami. Tendrás la ayuda de la embajada y, en Estados Unidos, de mis amigos. Una vez que estés en Miami podré quedarme con ustedes de manera normal.

—¡Emi, cuídate!

Su reacción había sido de cariño. Por encima de todo, Pelén amaba a su esposo entrañablemente; algo que a la larga resultó muy penoso para ella. Esta joven que lo tenía todo —belleza, dulzura, modales y gusto— había sido creada para hacer feliz a cualquier hombre. Pero ella había elegido a Brand, una persona que había sido definido por la vida como un hombre diferente.

[De los recuerdos de Emi]

De vez en cuando, los agentes estadounidenses en La Habana organizaban reuniones entre sus amigos cubanos que luego se ayudarían mutuamente. Uno de esos cubanos que trabajaban con Estados Unidos era un hombre al que llamaré Ricardo.

Ricardo era bien conocido en los círculos sociales y empresariales. Tenía fama de ser sofisticado, caballeroso y exigente. También era, si no el hombre más rico de Cuba, alguien mucho más allá de preocupaciones financieras propias o de sus descendientes.

Cuando les escuché a los norteamericanos decir que Ricardo quería que yo lo contactara, me alegré. Si bien la mayoría de mis compañeros conspiradores se interesaban por asuntos estrictamente militares, siempre le presté atención a la política; y Ricardo, aunque no se dedicara de lleno a ella, podría convertirse en un importante recurso político.

Ricardo era un hombre en sus cuarenta, canoso, de buena presencia, afable sin ser campechano, aparentemente cooperativo, seguro de sí mismo y al mismo tiempo cauteloso. Me di cuenta de que no era un hombre para llevar al núcleo de las actividades clandestinas. Más bien, debería considerarlo a él y a sus contactos como posibles fuentes de casas de seguridad, vehículos, zonas de lanzamiento y, por supuesto, información.

Después de intercambiar algunos comentarios con Ricardo sobre el aumento del descontento por el régimen de Castro, mencioné la conveniencia de crear vínculos entre conspiradores y hombres de negocios para que, cuando llegara la victoria, no fueran extraños entre sí.

Le dije a Ricardo que una buena forma de comenzar un intercambio de opiniones sería buscar alternativas a la reforma agraria ya promulgada por el Gobierno. Le pedí que preparara un borrador de proyecto de reforma agraria que reflejara sus ideas y las de sus amigos. Los revolucionarios antigubernamentales, entre los cuales me contaba, compartíamos la firme opinión de que, aparte de lo que el futuro pudiera traer, los campesinos tenían derecho a un trato justo. Ricardo me dijo que consultaría a sus amigos y me daría una respuesta.

—En ese caso —dije—, veámonos en dos semanas.

hermanos luluQuería que tuviera tiempo suficiente para organizar los diversos elementos logísticos que había solicitado, así como para que completaran el borrador de una nueva ley agraria, un asunto delicado y complejo que requería una cuidadosa consideración de muchas partes.

En nuestra próxima reunión lo encontré más cordial y menos reticente, aunque todavía cauteloso. Había trabajado algo en mis solicitudes y prometió hacer más. Sintiéndome satisfecho con el hombre, le pregunté:

—¿Tiene algo sobre el proyecto de reforma agraria?

—¡Oh, sí! —respondió con confianza—. Aquí está.

Abrió una gaveta, sacó un sobre y me lo entregó.

Me sorprendió la delgadez del sobre. Esperaba un manila voluminoso o una carpeta de muchas páginas, tal vez incluyendo gráficos, estadísticas y cosas por el estilo; pero no, era una sola página en la que un texto sucinto reclamaba que la situación de la tierra en Cuba volviera al 31 de diciembre de 1958, el último día del régimen de Batista.

Me quedé aturdido. ¿Ricardo y sus amigos andaban completamente carentes de sentido? ¿Las movilizaciones masivas de los últimos diecinueve meses no les habían enseñado nada? ¿Acaso la multitud campesina que visitó La Habana no había cambiado su manera de pensar, por no decir sus sentimientos? ¿Querían estos ricos burgueses vivificar, si salíamos victoriosos, la añoranza por Castro y los tratos irresponsables con la economía cubana? Ricardo y sus amigos no entendían que teníamos que crear alternativas que fueran económicamente viables y, sobre todo, socialmente atractivas.

Le agradecí la evidente atención que había prestado a todas mis solicitudes y le dije que lo contactaría pronto. Nunca lo volví a buscar. En mi opinión, él y sus amigos eran más peligrosos para nuestra causa que todas las personas de la seguridad de Castro juntas.

Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.

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David Landau

David Landau, the Impunity Observer's contributing editor, is the author of Brothers from Time to Time, a history of the Cuban revolution.

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