Un comunista abre su corazón
A principios de 1961 el Partido Comunista decidió retirar a Adolfo de Budapest y traerlo de nuevo al vórtice político. El joven estaba encantado por razones personales. Una de ellas era continuar su carrera. Escribió a sus padres con sentimientos muy diferentes a los de sus discursos políticos:
“El asunto es que desde hace algún tiempo he estado saliendo con una joven soviética y cuanto más la conozco más me convenzo de que no encontraré otra como ella. Se llama Galina. Nos comunicamos en inglés. Va a comenzar a estudiar español y me está enseñando ruso. Es muy inteligente. Mejor dicho, es brillante; su pasión es la física nuclear, en la que tiene una especialidad por la Universidad de Moscú. Es muy culta. Puedes hablar con ella de literatura, música, cine, pintura, política y cualquier cosa. Por supuesto que ella me aventaja en todos esos temas, ¡por no hablar de la física nuclear! Tiene veintiún años, no es alta, creo que es más bajita que mamá, dulce y bonita. En política es parecida a mí, aunque no es una líder. Creo que eso es lo único que tengo más que ella.
“Saben, desde hace algún tiempo he pensado en casarme. Ustedes me conocen demasiado bien, las explicaciones sobran. Si no me he casado todavía es porque no había encontrado a alguien que pudiera ser mi esposa, amiga y camarada. Ahora creo que la he encontrado. ¿Por qué no casarme, porque no es cubana? No he encontrado a ninguna cubana como ella. “¿Por qué tendría que acostumbrarse a Cuba? ¿Y por qué no pudiera hacerlo? Si ella está enamorada de mí, ¿qué tan difícil puede ser?”. Adolfo estaba a punto de averiguarlo, aunque llevar a la chica soviética de Budapest a Cuba no era tan fácil como llevar una matrioshka. Incluso cuando ambos corazones amantes gritaron ¡sí!, la respuesta soviética fue niet! Adolfo regresó a Cuba sin su novia.
* * *
De vuelta en La Habana, con todas sus preocupaciones, Adolfo no dejó de suspirar por Galina. Siguió reviviendo sus momentos felices en Budapest. La quería a su lado. Presentó una nota a la dirección del Partido solicitando permiso para traerla a Cuba. Nada menos que Aníbal Escalante lo mandó a llamar.
Al entrar en la oficina de Aníbal, Adolfo encontró la figura de un hombre hinchado de poder y radiante de simpatía. Aníbal había sido uno de los padres fundadores del comunismo cubano; sus servicios se remontaban a los primeros días del Partido Socialista Popular. En estos momentos ayudaba a Fidel a colocar los miembros del Partido Comunista en cargos por todo el régimen.
—¿Qué está pasando? —preguntó Aníbal, dejando escapar preocupación.
—Bueno, yo, este, me enamoré de una chica rusa en Budapest y quiero casarme con ella. Estudia física atómica y trabaja en un centro de investigación nuclear.
—¿Por qué está en Hungría?
—Se casó con un húngaro que estaba estudiando en la Unión Soviética. La llevó a Budapest. Se divorciaron, pero ella se quedó.
Aníbal reflexionó por un momento, mientras estudiaba al joven.
—No tendríamos ningún problema en traerla —dijo—. No creo que alguien plantee objeciones. Sin embargo, debes darte cuenta de que no eres el primer hombre que ha ido a trabajar al extranjero y se enamora.
—Sí, estoy seguro de que es así —dijo Adolfo tímidamente.
—La experiencia nos dice que, en general, esos matrimonios no funcionan —dijo Aníbal con toda franqueza—. No es imposible que lo hagan, pero es muy difícil. Muchas cosas se oponen a ello: los antecedentes de dos personas que no tienen nada en común, sus hábitos y sus costumbres.
Aníbal siguió abundando en ese sentido durante algún tiempo. Hizo una pausa y preguntó:
—¿La dejaste embarazada?
—Por supuesto que no —dijo Adolfo.
—Entonces tanto mejor.
Adolfo, que inicialmente se había sentido extraño en este diálogo, se entusiasmó con él. Después de todo, el comunismo era su vida. ¿Por qué no debería escuchar el consejo de un líder del Partido? Adolfo estaba desconcertado de que Aníbal, con todas las responsabilidades que tenía sobre sus hombros, le daba esa atención. Le hablaba como un padre, de hecho, como su propio padre no le había hablado.
—La elección está en tus manos —concluyó Aníbal.
—Creo que su punto de vista es completamente correcto —reconoció Adolfo francamente.
—Te ahorrarás muchos dolores de cabeza —dijo el hombre mayor, tranquilizándolo.
Adolfo se sintió inmensamente agradecido.
Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.
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