El caso de enjuiciamiento contra el expresidente Donald Trump, en el que se le imputa de 34 cargos por falsificación de documentos comerciales, eventualmente fracasará cuando salga de la Corte Penal de Manhattan. La intención detrás de la acusación criminal en contra de Trump no es meterlo preso, es que gane la nominación del Partido Republicano para que luego pierda las elecciones presidenciales de 2024.
Los demócratas apuestan por que esta última acusación despierte la ira entre los votantes republicanos y los vuelva aún más leales a Trump, debido a la flagrante injusticia que cometen al enjuiciarlo. Así, los demócratas se aseguran que Trump gane la nominación de su partido.
En caso de fallar su acometido, hay otras investigaciones criminales en su contra, unas son secretos federales y otras públicas. Una de las que se tiene conocimiento está en manos del estado de Georgia.
Los demócratas quieren competir contra Trump en 2024, porque están convencidos que pueden volver a contar más papeletas en su contra —y no a favor de su candidato— como lo hicieron en las presidenciales de 2020.
Los demócratas, y muchos del liderazgo tradicional del Partido Republicano, resaltan casos de corrupción de Trump, pero raramente mencionan casos que no hayan sido refutados. Dicen que el expresidente debilitó las instituciones estadounidenses, pero lo hacen sin ejemplos concluyentes que apoyen sus argumentod. Solo usan exageraciones propagandísticas como la falsa narrativa de que Trump incitó la supuesta insurrección del 6 de enero de 2021.
Aunque algunas instituciones de Estados Unidos se deslegitimaron después de que Trump lanzara su campaña política en 2016 y llegara al poder en 2017, eso es culpa de los líderes políticos de ambos partidos, los funcionarios del alto mando de los departamentos de Justicia y de Estado, las agencias de inteligencia estadounidenses y la misma Casa Blanca bajo la administración de Barack Obama y Joe Biden. Todos estos actores rompieron con las normas políticas y la ética profesional solamente con el fin de obstaculizar a un Gobierno legítimamente electo.
El peor pecado de Trump
Trump, junto con Jimmy Carter y Gerald Ford, es el único presidente moderno de Estados Unidos que no produjo una nueva guerra o un conflicto armado durante su mandato. Asimismo, desafió los pilares que sostienen la hegemonía de la burocracia federal de Estados Unidos. Esta hegemonía se sostiene por la colusión entre los dos grandes partidos que se alimentan de negocios perversos del complejo militar-industrial estadounidense. Este complejo vive de las constantes guerras e intervenciones de Estados Unidos en los asuntos internos de otros países.
Trump fue la primera persona que llegó a la presidencia cuestionando estos pilares del poder político en Estados Unidos.
El presidente Dwight Eisenhower, quien había sido el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (SGM), había advertido sobre este poder indebido. El 17 de enero de 1961, en su discurso de despedida como presidente, Eisenhower sostuvo que Estados Unidos nunca había tenido grandes fuerzas armadas, ni una economía que las sostenía, previo a la SGM:
“Debemos cuidarnos de la adquisición de una influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial para el ascenso desastroso del poder fuera de lugar existe y persistirá”.
Trump dijo en 2016, en un debate entre republicanos, que el presidente George W. Bush había mentido para meter a Estados Unidos en la segunda guerra en Irak. Esto era impensable para un candidato republicano hasta ese momento. También, Trump también criticó a los países europeos, como Alemania, por no aportar el 2% acordado en el gasto militar de la OTAN —como el pacto de la alianza manda— y por comprar su energía a Rusia en lugar de comprarla a Estados Unidos.
Los ataques contra Trump
La verdad es que Trump fue fuertemente criticado desde los pasillos de poder de Estados Unidos como la burocracia federal y los demócratas. En colusión abierta con sus medios masivos aliados, los demócratas impulsaron la narrativa que Trump era un xenófobo porque insistía en la aplicación de las leyes migratorias existentes, por las cuales habían votado muchos demócratas, como Biden. El Partido Republicano, a su vez, siempre ha buscado el apoyo de los sectores económicos que dependen del trabajo barato de los inmigrantes ilegales.
El liderazgo de la oposición a Trump es y ha sido bipartidista. Hillary Clinton, por ejemplo, fue quien terminó de financiar el expediente falso lleno de calumnias acerca de que Trump era un agente ruso, donde múltiples republicanos también participaron. El difunto senador republicano John McCain fue quien entregó el expediente falso al FBI para que hicieran su diligencias ilegales, como filtrar un reporte clasificado, para frenar el ascenso de Trump.
Sabiendo que los líderes republicanos no harán mayor cosa para frenarlos, no sorprende que los demócratas se sientan envalentonados como para acusar a un expresidente de manera tan frívola. Con tal de frenar a Trump por cualquier vía, los demócratas ponen en riesgo la institucionalidad política de Estados Unidos. Además, lo hacen con los ojos del mundo encima.
La democracia garantiza que en un momento se tendrá que sufrir la elección de una persona no idónea, pero eso se tolera, porque son las instituciones las que sostienen la democracia. Esto es lo que ha sacrificado Estados Unidos con estos actos irresponsables de aquellos que se oponen a Trump.
Este país ya no es el modelo mundial debido a los errores de su élite política y burocrática, no a los de Trump. Estados Unidos caerá en instituciones del tercer mundo, no por división, sino por la unión de sus élites detrás de una causa desesperada.
La historia no se acordará de Trump, pero si del colectivo de incompetentes que conforman la clase política estadounidense.
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