Vientos de cambio

Cuarto fragmento de "Hermanos de vez en cuando"

Universidad de La Habana, escalera principal.

La Universidad de La Habana vista desde su icónica escalera principal.

Radicales en alza

1954-1957. La Universidad de La Habana era el engranaje de la política cubana que Producía una protesta tras otra con creciente vehemencia. Cualquier ocasión era propicia —el natalicio de un héroe nacional, el aniversario de una rebelión o de un mártir asesinado— para reunir a un montón
de estudiantes en las calles pidiendo la cabeza de Batista.

Los estudiantes y la Policía se convirtieron en enemigos mortales. A raíz de una antigua restricción que incluso los déspotas no violaban, la Policía no entraba en el recinto universitario, sino que esperaba en las calles aledañas a que los estudiantes salieran de la universidad, donde la Policía podía lidiar con ellos libremente. Las marchas estudiantiles siempre tomaban la misma ruta: bajar la gran escalinata, cruzar la calle L y seguir por la calle San Lázaro. Dos cuadras más abajo, en la esquina de la calle Infanta, los esperaba la Policía.

La Policía abrió fuego. Miré hacia la izquierda y vi a un compañero en el suelo, herido por una bala.

Adolfo convirtió esta experiencia en un cuento corto que compartió con la familia. Emi quedó impresionado y los viejos mortificados. El viejo, sentado en el Palacio Presidencial, se enteró de que otra marcha estudiantil estaba a punto de comenzar. Agarró el abrigo que tenía un revólver en el bolsillo, condujo hacia la universidad y dejó su auto a unas calles de Infanta y San Lázaro. La marcha terminó sin incidentes y Adolfo nunca supo que el viejo había estado cerca, armado y listo para acudir en su ayuda.

A través de un miembro de la familia y de forma repentina, el viejo dispuso todo para que Adolfo pasara un año en la Universidad de Georgetown, en Washington D.C., en lugar de la de La Habana, donde era estudiante de tercer año. Según la experiencia del viejo, los acontecimientos políticos cubanos eran de corta duración; apostaba a que estos habrían desaparecido antes del regreso de Adolfo.

Adolfo aprovechó la oportunidad que le brindaba pasar un año en uno de los principales centros de aprendizaje del mundo. También le permitió desarrollar una maestría en el idioma inglés, algo que nunca se rehúsa. En agradecimiento, Adolfo le escribió a su padre cuando este cumplió cincuenta años:

Adolfo Rivero a los 20, tras regresar de un año de estudios en Estados Unidos

Hoy te recuerdo con la fidelidad que solo la distancia puede ofrecer; en tu trabajo incesante, tu fantástica energía, tu eterna capacidad para sonreír ante los demás. Te veo caer mil veces en la batalla diaria por la vida y, no con poco sufrimiento, levantarte una y otra vez, reparar tu armadura abollada y renovar el ataque, rebosante de un fervor y optimismo solo propio de los jóvenes. Por eso, querido padre, levanto mi copa ante tu inconfundible frescura de espíritu, con el saludo de alguien que te recuerda con la fidelidad que solo la distancia puede dar. Tu hijo, Adolfo.

El viejo perdió su apuesta sobre la duración de la crisis política. Cuando Adolfo regresó a la Universidad de La Habana a mediados de 1955, el quehacer de “La Colina”, más que nunca, era Batista. A finales de 1955, la poderosa Federación Estudiantil Universitaria (FEU) organizó un brazo político, el Directorio Revolucionario, cuyo propósito era oponerse militarmente a Batista.

Durante sus estudios en Georgetown, Adolfo había examinado las fuentes del marxismo y había encontrado discrepancias que lo hicieron dudar sobre el comunismo. Pero el Partido Comunista de Cuba, llamado Partido Socialista Popular (PSP), mostraba en su trabajo político directo una claridad y audacia tales que lo atrajeron fuertemente. Entonces se acercó al Partido, aunque sin dar el salto para unirse a este.

A finales de 1956, la FEU, cuya palabra en la universidad era ley, votó por suspender toda actividad universitaria hasta que terminara el gobierno de Batista. Según la decisión de la FEU, los estudiantes no podrían ir a clases ni graduarse. Solo unos pocos edificios permanecieron abiertos para las reuniones de los estudiantes. Los jóvenes que habían llegado a la universidad con el propósito de progresar en sus vidas recibieron un duro golpe. Batista y su séquito, sin embargo, ganaron con la suspensión: aquella gran olla cuya ebullición no podían controlar quedaba súbitamente fuera de la estufa.

Los vientos cambiaron. La querida Triple A de Emi Rivero quedó estancada en una subrutina. Sus líderes eran caballeros arcaicos conspirando con humanismo. Preocupados por dilemas éticos, no querían lastimar al espectador. Con el objetivo de hacer las cosas a la perfección, hicieron poco o nada.

Por otra parte, Fidel Castro era un emprendedor en busca de su momento. Él y unos ochenta hombres bajo su mando zarparon de México en un yate llamado Granma. La pequeña fuerza armada a la que su líder denominó Movimiento 26 de Julio desembarcó en la provincia Oriente, al este de Cuba, cuatro días después de lo planeado y en el lugar equivocado.

Un grupo de seguidores del 26 de Julio encabezado por Frank País, un joven de veintiún años que actuaba por su cuenta, había asaltado edificios claves en la cercana ciudad de Santiago de Cuba, la segunda de la isla, y los tomaron durante casi un día. En los ámbitos oficiales, el levantamiento de Frank País suscitó mayor preocupación que el desembarco de la cuadrilla de Castro. Ambos acontecimientos llamaron la atención de los rebeldes en la capital que ahora miraban con interés hacia el este de Cuba.

Aún en sintonía con La Habana, Emi Rivero escuchó susurros de que el Directorio estaba tramando algo grande. Supuso que el Palacio Presidencial podría ser el objetivo. Como la sala de prensa del Palacio Presidencial era la segunda casa de su padre, Emi consideró oportuno advertirle.

—¡Viejo, cuidado! No te quedes en el palacio más tiempo del necesario. Cuando termine tu horario de trabajo, aléjate de allí.

—¿De qué estás hablando? —dijo el viejo con brusquedad. Después de terminar su horario de trabajo, a Riverito le gustaba quedarse y socializar con sus colegas periodistas.

—Algo se está cocinando. No estoy seguro de qué, pero vivimos en tiempos convulsos y nunca se sabe.

—¡Cuentos! Además, si resultara ser cierto, queremos estar allí para informar.

Uno de los principales periódicos del mundo estaba a punto de agregar una historia propia. En febrero de 1957, las filas de Castro contaban con solo dieciocho hombres, apenas vestidos y mal armados. Esos hombres se ocupaban de hacer escaramuzas en puestos avanzados del Ejército o en caseríos locales. Si un campesino le prestaba algunas mantas o capturaba tres rifles al Ejército, marcaba una diferencia en la suerte de Fidel Castro.

Sin embargo, la fuerza guerrillera tenía algo más poderoso, el dominio de Fidel en el arte de las apariencias. A través de los contactos de sus amigos del movimiento con la oficina del New York Times en La Habana, Castro logró organizar la visita a su campamento de Herbert L. Matthews, un alto corresponsal del Times, quien había viajado desde Nueva York para verificar los informes sobre un “ejército rebelde” que operaba en las montañas del oriente de Cuba.

De su visita, Matthews escribió un reportaje en tres partes en torno a una afirmación que era ridícula, profética o ambas cosas a la vez: “Por lo que parece, el general Batista no puede reprimir la revuelta de Castro”.

El hermano de Fidel, Raúl Castro, quien dirigía la pequeña fuerza de insurgentes, desplegó sus tropas frente a Matthews usando a los mismos hombres una y otra vez, dando la impresión de que Fidel comandaba a cientos de hombres. A través de Matthews y el Times, Fidel pudo decirles a los estadounidenses: “Pueden estar seguros de que no tenemos rencor hacia Estados Unidos… Nosotros luchamos por el fin de la dictadura y por una Cuba democrática”. Fidel flechó directamente el corazón del viejo reportero. “La personalidad del hombre es abrumadora”, escribió Matthews. “Es evidente que sus hombres lo adoran”.

Los informes de Matthews en el Times convirtieron a Fidel en una figura internacional y el único símbolo de la resistencia a Batista. En Cuba, su repentina prominencia tuvo un impacto especial en los miembros del Directorio Revolucionario, quienes sintieron que debían actuar antes de que Fidel se les adelantara.

hermanos lulu—¡Viejo! ¿Te estás cuidando? —preguntó de nuevo Emi Rivero a su padre —.¿Sales del Palacio cuando termina tu horario?

—¡Cojones, dijo la marquesa! ¿Cuántas veces tienes que decirme lo mismo? Una tarde a mediados de semana, en la sala de prensa del Palacio, un grupo de hombres jugaba a las cartas alrededor de una mesa cuando sonó el teléfono. Riverito levantó el auricular.

—Escucha Riverito, soy de El Tiempo en Cuba. ¿Es cierto que el Palacio Presidencial está bajo ataque?

—¡No hables mierda, muchacho! Y colgó el auricular de un golpe.

Casi inmediatamente, ráfagas de ametralladoras barrieron las paredes a pocos metros de distancia. Riverito y sus amigos se tiraron al suelo, mientras un pequeño ejército de hombres con pantalones azules y camisas blancas cargaba contra el Palacio y disparaba contra la guardia del presidente. Los reporteros se arrastraron hasta la parte posterior de la sala de prensa y entraron al baño donde una periodista rezaba: “¡Que la Virgen nos proteja con su túnica!”.

Tres y media de la tarde, 13 de marzo de 1957. El Directorio atacaba el Palacio a plena luz del día y en un día laborable. Momentos antes de que el pequeño ejército invadiera el área del Palacio, un grupo dirigido por el militante estudiantil José Antonio Echeverría se había apoderado de la popular emisora Radio Reloj y el mismo Echeverría había anunciado a viva voz: “Pueblo de Cuba: en este momento el dictador Fulgencio Batista acaba de ser ajusticiado de manera revolucionaria”.

Los camiones y automóviles que llevaban a los compañeros de Echeverría al Palacio se habían retrasado debido al tráfico, por lo que la proclamación de la victoria había salido al aire antes de que comenzara el ataque; de ahí la llamada a la sala de reporteros y la breve respuesta de Riverito. Aun así, los atacantes habían pillado por sorpresa a la guarnición, matando a varios guardias en el acto. Minutos más tarde, un inmenso cordón de soldados y policías rodeaba el Palacio. La segunda oleada de hombres que tenía que unirse al ataque nunca llegó a los terrenos de la casa presidencial.

La lucha fue feroz. Los atacantes invadieron las oficinas de Batista en el segundo piso solo para encontrarlas vacías. El astuto gobernante se había escabullido a sus habitaciones en el piso de arriba, llevando consigo a un grupo de fusileros. El único acceso a ese piso era un ascensor que ya estaba arriba. Los atacantes quedaron atrapados entre los hombres de Batista disparando desde arriba y la guarnición armada disparando desde abajo.

Durante el ataque, Riverito salió del baño y llamó a la vieja, que estaba en una clínica recuperándose de una histerectomía.

—My, no te preocupes, estoy bien —le dijo.

Usaban la palabra inglesa my para referirse entre sí.

Emi estaba en su oficina de abogados en La Habana Vieja cuando escuchó a la gente cuchichear sobre el ataque. Se fue con un amigo a un portal cerca del Palacio donde la gente miraba desde un área protegida por una columnata.

Los atacantes, que habían obtenido una primera ventaja, quedaron abrumados por el número. Al otro lado de la ciudad, en las calles cercanas a la universidad, la Policía había ultimado al líder estudiantil Echeverría. Al caer la tarde, unos treinta y cinco atacantes y cinco guardias del Palacio habían perdido la vida.

Desde su escondite en la montaña, Fidel sin rodeos calificó al ataque como “un derramamiento inútil de sangre”. Para el Directorio había sido una derrota desgarradora.

Esa noche Emi vio a sus padres en la clínica donde estaba ingresada la vieja. El viejo estaba en estado de conmoción; no por miedo, sino por haber visto a los hombres de Batista acercarse a los atacantes que yacían heridos en los terrenos del Palacio y ultimarlos a tiros en lugar de detenerlos.

—¡Eso fue una masacre! —exclamó el viejo.

Emi estaba orgulloso de encontrar a su padre horrorizado y firme.

Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.

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David Landau

David Landau, the Impunity Observer's contributing editor, is the author of Brothers from Time to Time, a history of the Cuban revolution.

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