Si Augusto “César” Sandino estuviera vivo, posiblemente lideraría una revolución contra su propio movimiento. El líder del Frente Nacional de Liberación Sandinista y presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha pasado de ser un guerrillero exiliado a un tirano multimillonario. Bajo el mando de los autoproclamados sandinistas, Nicaragua está presenciando un nuevo éxodo, mientras Ortega criminaliza las protestas y persigue a estudiantes hasta en el exilio.
El camino de Ortega hacia la presidencia estuvo lleno de maniobras deshonestas. Luego de perder la reelección en 1990 contra la candidata respaldada por Estados Unidos, Ortega se dio cuenta —como Hugo Chávez en Venezuela— de que tendría que ocultar sus verdaderas intenciones si quería llegar de nuevo a la silla presidencial. Aseguró el apoyo político de diversos sectores y empezó a incluir propuestas tanto progresistas como conservadoras con el único objetivo de alcanzar y mantenerse en el poder.
A inicios del siglo XXI, una reforma electoral le otorgó una oportunidad. La nueva ley redujo de 45% a 35% los votos que necesita un candidato presidencial para ganar sin ir a una segunda vuelta. Ortega obtuvo 38% en 2006 y ganó, a pesar de las sospechas de fraude. En 2017, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó a Roberto Rivas, en ese entonces presidente del Consejo Supremo Electoral de Nicaragua.
Al inicio, el gobierno de Ortega no hizo grandes transformaciones. Continuó pagando la deuda del Fondo Monetario Internacional e implementando reformas económicas liberales. Por ejemplo, Ortega no aumentó los salarios de los funcionarios estatales, pese a la presión de los sindicatos.
El régimen sandinista también promovió la apertura a la inversión extranjera con la participación de más corporaciones multinacionales. Impulsó la privatización de las empresas en el sector energético, donde instaló un sistema clientelar, repartiendo las compañías entre sus colaboradores o familiares más allegados.
Ratificó los acuerdos comerciales con Estados Unidos en 2006 y con Taiwán en 2008. Además, junto con otros países centroamericanos, firmó tratados de libre comercio con México en 2011 y con la Unión Europea en 2012.
Ortega también mantuvo contentos a los grandes empresarios durante los primeros diez años de su régimen. Una de sus principales tácticas para mantenerse en el poder fue ceder la toma de decisiones en política económica al Consejo Superior de la Empresa Privada (Consep).
De igual forma, para ganar apoyo político, Ortega creó ambiciosos programas sociales para los nicaragüenses más pobres que, en la mayoría, trabajaban en el sector informal de la economía.
Un hombre de Dios y del dinero
Dado que Nicaragua es un país muy religioso, Ortega también se esforzó en presentarse públicamente como un cristiano devoto. Durante la campaña, el ya fallecido arzobispo de Managua, Miguel Obando, celebró su confirmación de votos matrimoniales con la carismática Rosario Murillo —la Evita Perón nicaragüense—, ahora primera dama y vicepresidenta. Una vez en el poder, Ortega designó a Obando la dirección de una comisión influyente. También otorgó a la Iglesia Católica y a los partidos conservadores un logro deseado por mucho tiempo: la derogación una ley de 100 años de antigüedad que permitía abortar bajo condiciones limitadas.
Detrás de escenas, Ortega también construyó un sistema extenso de vigilancia con espías en la justicia, la milicia y otras instituciones estatales. Incluso tenía empleados del sector privado trabajando para el gobierno, y la policía intervenía las llamadas a su voluntad.
Para su segundo periodo presidencial, los días de austeridad y sermones revolucionarios ya habían pasado para Ortega. Nicaragua recibió $4 mil millones de Venezuela a través de Albanisa, una empresa de petróleo y gasolina creada en conjunto con la estatal venezolana PDVSA y una firma controlada por la familia Ortega. Este turbio capital financió los programas sociales sandinistas y su lujoso estilo de vida.
Albanisa creció al punto de emplear a 1.500 personas y abarcar varias subsidiarias, incluyendo un banco, un proyecto de energía eólica, una aerolínea, estaciones de gasolina y más. El Informe Mundial de los Más Ricos de 2018 reveló que Ortega posee una fortuna de $3,6 mil millones. Cuando fue elegido en 2006, tenía apenas $217.000.
Gobernar el país también ha resultado rentable para los aliados más cercanos de Ortega. El asistente presidencial Francisco López ha creado una red clandestina de compañías de construcción. Bayardo Arce, asistente económico de Ortega, generó su fortuna mediante la importación y exportación de granos. Asimismo, Gustavo Porras, presidente de la Asamblea Nacional, se convirtió en un magnate ganadero.
En 2013, debido a que la economía venezolana cayó en debacle, Ortega recurrió a una fuente con más recursos: China. Anunció la construcción del canal más grande del mundo con la ayuda de un empresario chino. El costo: $50 mil millones. Sin embargo, el proyecto aún no ha visto la luz y probablemente nunca suceda, pero los inversionistas ya han destinado millones de dólares al país.
Armado con su propio estado profundo de plutócratas, Ortega se sintió listo para pasar a la ofensiva en política. Siguiendo el libreto de Chávez, el partido gobernante reescribió la Constitución en 2014 y abrió el camino para la reelección permanente de Ortega. Desde entonces, los sandinistas han expulsado a legisladores de oposición, han callado a periódicos y perseguido a los críticos del régimen. Ortega y Murillo fácilmente ganaron la elección de 2016, con básicamente ninguna veeduría internacional.
El país ha estado atrapado en la intranquilidad social desde abril de 2018, cuando estudiantes y activistas iniciaron las protestas en contra de la reforma a la seguridad social que aumentó los impuestos y redujo los beneficios. De acuerdo con la organización local de derechos humanos ANPHD, los enfrentamientos de 2018 con la policía dejaron 545 muertos y 4.587 heridos. Más de 1.000 manifestantes desaparecieron. Las protestas continúan, pues se han transformado en una denuncia a la extensa corrupción y la violencia del régimen.
A medida que el mundo se fijaba en Nicaragua, los grandes empresarios y la Iglesia católica se volvieron en contra de Ortega. No obstante, es muy poco, es muy tarde. El dictador sandinista aprendió de los chavistas cómo manipular y usurpar la democracia. Ortega y sus aliados tienen las riendas del poder y permanecen firmemente en control del país, sin que se divise el fin de esta pesadilla en el horizonte.
Nota del editor: la experiencia nicaragüense debe ser una señal de alarma para las naciones vecinas con respecto a los lobos vestidos de ovejas y el potencial de los tiranos para arrebatar la democracia. Guatemala recientemente evitó aquel destino por un margen muy estrecho.
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