Nota del editor
Este artículo es más válido hoy que cuando Fritz Thomas lo escribió en 2016. Los sucesores de la guerrilla alcanzaron su pico de poder en 2016 gracias a la ayuda del Gobierno Obama y su hombre clave, Joe Biden. Traicionando al presidente Donald Trump, los burócratas permanentes del Departamento de Estado han continuado la política de Biden hasta ahora.
El expresidente Jimmy Morales luchó contra la embajada y su ariete criminal, la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), y la expulsó del país en 2019. La principal función de la CICIG había sido asegurar para los sucesores de la guerrilla el control del poder judicial y la persecución penal del país. Sin la capacidad de la CICIG para encarcelar ilegalmente a los enemigos políticos, los sucesores de la guerrilla no han podido imponer a sus aliados en el poder judicial, que es la clave de su agenda.
Ahora que Biden ha obtenido la presidencia de Estados Unidos, su administración insistirá en la creación de una nueva comisión para asegurar el control de Guatemala a los sucesores de la guerrilla. Como dice Thomas, seguirán presionando por su visión corrupta de los acuerdos de paz, poder total para ellos, usando la confrontación, la división y el conflicto. Dado que esa fórmula funcionó para convertir a Biden en presidente de Estados Unidos, podemos esperar que continúe su apoyo para su uso en Guatemala.
La guerra por otros medios
La guerrilla en Guatemala fue derrotada militarmente y perdió la guerra, pero ganó la paz. No se cumplió el aforismo que “la historia la escriben los vencedores”; basta ver el contenido de textos escolares, libros, estudios y panfletos sobre el tema, lo que se enseña en las universidades y lo que se discute en los medios de comunicación, para apreciar que la versión políticamente correcta sobre el conflicto armado interno es la de la guerrilla.
El tenor de la interpretación de los acuerdos de paz es que la guerrilla obligó al Ejército y al Estado de Guatemala a aceptar o conceder la democracia y la justicia social. A partir de esta mentalidad se identifican los acuerdos de paz como una hoja de ruta para el progreso y la justicia. Se interpreta que, de no ser por la lucha armada de la guerrilla, el Estado de Guatemala no habría accedido a tomar esta ruta hacia el progreso y la justicia social. Un mensaje subliminal es que la posición de la guerrilla sería la “justa”; del lado del pueblo y la posición del Ejército y el Gobierno, sería la “injusta”, en contra del pueblo. Este mensaje no describe la verdad, pero es el que predomina.
Los militares que derrotaron a la guerrilla están en la cárcel. Los dirigentes de la guerrilla están insertados como directores, secretarios, coordinadores y asesores del catálogo de ministerios, secretarías, programas, oficinas y feudos clientelares estatales de “la paz”, que han inflado la burocracia y desangran el gasto público en quimeras que no avanzan un centímetro el progreso de Guatemala. Contrario a como se ven a sí mismos y gustan proyectarse, la guerrilla ya no está en la oposición, se ha convertido en el “establishment”, pasando por el vicepresidente de Berger y su gente, la primera cónyuge de la UNE y sus cuadros y hasta el Zurdo fue a parar de asesor del presidente del Congreso.
Dirigen ONG, movimientos de “protesta” y centros de investigación. Entre más logran victimizarse y hacer ver mal a Guatemala, donde presumiblemente aún prevalece el feudalismo, más fondos logran captar de Europa y la AID. Cambiaron de religión, del comunismo saltaron al ambientalismo y el indigenismo, pero el catecismo sigue siendo la lucha de clases y el diablo es el mismo: el capitalismo, los empresarios y las multinacionales. Últimamente, el instrumento del diablo es el neoliberalismo, con el que “desmanteló” al Estado guatemalteco, al haber privatizado los “servicios sociales” —la telefonía y la energía eléctrica. Es precisamente con el chicote del neoliberalismo que los “sectores dominantes” se enriquecen a costillas de los pobres.
Para la mayoría de las personas en Guatemala, los acuerdos de paz son irrelevantes y no han tenido impacto en sus vidas, más allá de poner fin a la guerra subversiva de desgaste que mantenía rehén al país. Para muchos de los dirigentes, cuadros e intelectuales de la guerrilla, los acuerdos de paz son un medio de vida. Todo se dimensiona a estos acuerdos y todo mal social se atribuye a su supuesto incumplimiento. La injusticia, la criminalidad, el racismo, la discriminación de género, por no decir la pobreza, la desnutrición, la falta de servicios en educación y salud, son el resultado del incumplimiento de los acuerdos de paz.
Lo que fue la guerrilla en Guatemala sigue haciendo la guerra por otros medios: la confrontación, la división y el conflicto. Debe celebrarse que terminó el conflicto armado interno, pero los acuerdos de paz, para los otrora guerrilleros, no es ara, es pedestal.
Este artículo fue publicado originalmente en Prensa Libre.
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