El socialista Gabriel Boric ha triunfado ante el conservador José Antonio Kast con un amplio margen, confirmando así el brusco giro de Chile hacia la izquierda populista, con toda la serie de consecuencias negativas que esto acarreará en el futuro. El faro de la libertad en Sudamérica parece apagarse.
El abanderado de la izquierda latinoamericana ha ganado la carrera presidencial más polarizada desde el retorno de Chile a la democracia en 1990. Este se ha impuesto con la paradójica promesa de sepultar al sistema que ha permitido al país encabezar todos los indicadores macroeconómicos de la región. “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”, exclamó.
El exlíder estudiantil llega con la habitual muletilla demagógica de prometer acabar con la desigualdad mediante un incremento sustancial del tamaño del Estado, iniciando así el proceso de desmantelamiento del modelo económico chileno para retomar la inconclusa senda totalitaria de Salvador Allende.
Hoy recordamos el triunfo de Salvador Allende. #Seguimos junto@s con la lucha para construir un nuevo Chile ✊. pic.twitter.com/F6Y1UK88cv
— Gabriel Boric Font (@gabrielboric) September 4, 2021
Allende acabó con democracia
En 1970, tras presentarse por cuarta vez a las elecciones presidenciales, el marxista Salvador Allende triunfa gracias al apoyo del Congreso. Su intención era convertir a Chile en una economía centralmente planificada de inspiración soviética.
Su ministro de economía, Pedro Vuskovic, aseguraba: “La finalidad de nuestra maniobra, que se conseguirá a través de la abolición de la propiedad privada, será la destrucción de las bases económicas del imperialismo y de la clase dominante”.
La puesta en marcha de estas políticas antieconómicas hizo sucumbir la economía en tiempo récord, aumentando el déficit fiscal del 1,4% del PIB en 1970 hasta el 22,9% para 1973. La inflación se disparó hasta en un 600%, generando un desabastecimiento de productos básicos.
Allende hizo uso intensivo del decreto ejecutivo, violando de forma sistemática la Constitución y la ley, lo cual acarreó un escenario de aguda crisis política e institucional. Por ello, el Congreso declaró inconstitucional al régimen y encomendó a las Fuerzas Armadas y al Cuerpo de Carabineros intervenir para restaurar el orden constitucional.
El 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas chilenas decidieron actuar preventivamente y llevaron a cabo un golpe de estado para evitar una tiranía al estilo cubano o una guerra civil. Esto se da tras la reiterada incapacidad institucional para cesar al régimen atrincherado en rebelión contra la Constitución, así como los esfuerzos de los extremistas de izquierda para suscitar una subversión dentro de las Fuerzas Armadas.
La era promercado
Los hechos son claros: Chile ha sido un paradigma de la estabilidad democrática, desarrollo y crecimiento económico, virtudes que en esa región no son la norma sino la excepción. Pero eso no se dio por casualidad; fue producto de una serie de profundas reformas de corte liberal clásica entre la década de los 70 y 80.
Tras asumir el poder de forma dictatorial, la Junta Militar fue incapaz de poner a flote la economía. Entregó la batuta a los denominados Chicago Boys—economistas de la Pontificia Universidad Católica de Chile formados en la Universidad de Chicago—quienes tuvieron un papel primordial en diseñar e implementar las reformas económicas.
Para finales de los 80 el país se encontraba modernizado. La transición a la democracia era el siguiente paso para potenciar los logros alcanzados, por lo que cumpliendo con el mandato constitucional, en consonancia con las presiones internacionales, el régimen de Augusto Pinochet se vio obligado a organizar un plebiscito sobre su continuidad. Se impuso el No con un amplio margen y se convocaron elecciones generales. Así, Chile retornó a la democracia tras 17 años de férrea dictadura, un hito único en la historia.
En palabras de Milton Friedman: “El verdadero milagro en Chile no fue que esas reformas funcionaran bien. El verdadero milagro es que un gobierno militar haya permitido que se llevaran a cabo”.
De la cima al precipicio
Chile demostró al mundo una extraordinaria madurez política al pasar pacíficamente de una dictadura a una democracia. Desde entonces, ha gozado de una economía pujante y estabilidad democrática e institucional.
El milagro económico chileno ha permitido que desde 1975 hasta nuestros días, el país haya avanzado en todos los indicadores macroeconómicos y de bienestar, siendo una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo. Ha cuadriplicado su ingreso per cápita y reducido la pobreza de más del 50% en los años 70 a menos del 8% en el último decenio; logró situarse en el puesto 43 del Índice de Desarrollo Humano, reducir los márgenes de desigualdad y generar una de las más alta tasas de movilidad social.
Sin embargo, pese a que los datos continúan siendo alentadores si los comparamos con el punto de partida, desde 2014, con la segunda presidencia de la socialista Michelle Bachelet, todo ha venido cuesta abajo: el crecimiento económico se ha desplomado, el desempleo se ha disparado y los salarios se han estancado, lo cual ha repercutido negativamente en la competitividad y la inversión.
El deterioro económico y la crispación ideológica se agudizaron. En 2019 llegaron a su punto álgido: el actual presidente Sebastián Piñera, tras decretar un incremento de cuatro centavos de dólar al pasaje del metro, encendió la mecha del estallido social. Es aquí donde la izquierda populista empezó a pescar en río revuelto. Con manifestaciones violentas, activistas exigieron una nueva Constitución e impulsaron la candidatura de Boric en alianza con el Partido Comunista.
Terreno fértil para la demagogia
Por décadas, la izquierda había instalado aquel falso relato que caricaturiza a Chile como un infierno de la desigualdad neoliberal. Propagado en cátedras universitarias y los medios de comunicación, casi nadie se detuvo a cuestionar su veracidad o contrastar con los hechos. Gran parte del espectro político y la élite del país se sumó a esta diatriba, incluyendo Piñera, ya sea por cobardía o convicción.
Una vez abonado el camino para una nueva Constitución, colocar a Boric en la presidencia era el camino lógico para construir un nuevo régimen basado en la “justicia social” y la redistribución de la riqueza. El Partido Comunista, que forma parte de la coalición de gobierno del nuevo presidente, se encargará de ello.
Todo parece indicar que el país abandonará voluntariamente aquel sendero que le ha permitido ser el país más próspero de Sudamérica para encaminarse por aquel otro de sus vecinos con desastrosas consecuencias. Bien decía Thomas Jefferson que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. En Chile, se dejó de vigilar.
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