El 1984 de George Orwell: ¿Llegó ya o estará por llegar?

La predicción de Orwell está más cerca que nunca de volverse realidad

Big Brother

El Gran Hermano busca estar tras los pasos de todas las personas para obtener control. (geograph)

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En 1949 un muy inquieto periodista inglés, Eric Arthur Blair, publicó, bajo el seudónimo de “George Orwell”, una estremecedora novela titulada 1984 de ficción distópica, es decir, la de una sociedad enteramente opuesta a aquella intitulada con anterioridad en 1516 por su coterráneo Tomás Moro como Utopía (del griego “en ningún lugar”).

En aquellos momentos, ya se había dado, por segunda vez en el siglo XX, una guerra bien caliente y de alcance mundial (1939-1945) entre todas las potencias más industrializadas del planeta entero.

En tal contexto, George Orwell trataba por primera vez el nuevo paradigma social que parecía emerger ante sus ojos tras las experiencias muy catastróficas, individual y colectivamente, de la Unión Soviética bajo los marxistas-leninistas desde 1917, así como de los fascistas en Italia en 1922 o de los más extremistas nazis en Alemania desde 1933 a 1945.

Tales simplismos revolucionarios en la práctica para todos aquellos que tuvieron que sobrellevarlo, ya estuviesen en pro o en contra de cada uno de ellos en sus ambientes respectivos, sirvieron de inspiración a Eric A. Blair (George Orwell) como estímulo a un vaticinio de mayor alcance, muy novedoso y angustiante: la humanidad inexorablemente se encaminaba, sin caer en cuenta de ello, hacia un sistema realmente totalitario, donde la libertad individual de cada persona quedaría para siempre sometida a la voluntad omnímoda de un solo individuo, llámesele Führer, Duce o Profeta.

Y así, el tal autodenominado George Orwell le presentaba por primera vez al mundo entero la probabilidad inminente de una sociedad autocrática como nunca antes vista, en la que la voluntad personal de cada cual sería anulada del todo por las disposiciones absolutas de un Gran Hermano Mayor, que todo lo anticiparía, lo controlaría y lo enderezaría para una supuesta felicidad colectiva.

Una sociedad así, en la que nadie podría tener derecho alguno a criticarla o a condenarla. Y quién se le cruzara en el camino sería consecuente e inexorablemente eliminado.

Una visión social terrorífica y nunca antes imaginada en cuanto a un hipotético destino final para todos los hombres y mujeres.

Este enfoque, original y apocalíptico, ha sobrecogido a todos sus lectores de horror desde aquel momento. De ahí la importancia de esta novela-ficción en cuanto a su mensaje final y educativo sobre nuestro futuro más inmediato.

De tal manera, paralelamente empezábamos a conocer los primeros ejemplos de tan monstruosa posibilidad. Así, presenciábamos los tenebrosos infiernos de Pol Pot en Cambodia, de Mao Zedong en China y de Fidel Castro en Cuba.

Nadie antes de Orwell, reitero, había logrado imaginarse tal horror inminente de control total para aquel planeta de la posguerra mundial. Creo que ni el mismo Lenín lo hubiera podido anticipar con semejante extremo.

Pero que no menos se ha convertido en una probabilidad que desde entonces nos ha obsesionado a todos y que nos empuja hacia un estado general de horror y desesperanza nunca vivido, sin que nos hubiésemos percatado a dónde nos podrían conducir las nuevas y supuestamente mejores condiciones sociales de ese fingido Estado de bienestar colectivo.

En otras palabras, que habríamos de terminar en nuestro futuro como ratones devorados por una gigantesca e inesperada pitón de índole social.

Por eso, ese sobrecogedor texto se mantiene en boga, pues el panorama de la revolución digital de las últimas décadas parece haberlo hecho enteramente factible en estos días y, nuevamente, sin que hubiésemos podido caer en la cuenta de esa casi inminente captura por el absolutismo ideológico que lo entraña y que nos ha ejemplificado a través de tantos ensayos de control de las opiniones públicas en los contemporáneos medios de comunicación digitales.

De tal manera, la profecía de Orwell de repente se nos ha tornado aún más amenazante.

Ya, por ejemplo, las redes sociales tan populares en todas partes les han allanado el camino a esos inesperados e inclementes dueños de nuestras mentes, que ahora están tan a la mano a través de los algoritmos de la tecnología digital.

Y que de esa sazón lo que nos espera para el inmediato futuro es cual un Apocalipsis del que ninguno de nosotros podrá escapar.

Ya se ha visto todo esto desde Hollywood o desde el Silicon Valley en San Francisco e incluso, desde los salones de los monopolios masivos en Manhattan.

La primera víctima de ese destino tan agobiante para la libertad personal sería esa del que hasta hoy hemos simplificado como el espíritu crítico. Esto es, de quienes hubiesen sido usuarios o clientes de tales tecnologías modernísimas y tan sujetas a constantes innovaciones, que cada vez más nos uniforman a su criterio sobre lo que hemos de saber, valorar y compartir.

Yo equivaldría esta consciencia a la esperada por George Orwell en su obra 1984.

La secuencia temporal de ese texto de Orwell arrancaría históricamente así:

1984 de George Orwell es una novela de distopía cuya trama ocurre hipotéticamente en Oceanía, un país a su turno supuestamente sometido a un gobierno totalitario, que mantiene bajo constante control a sus ciudadanos e, incluso, hasta en sus pensamientos más íntimos, para mantener un orden social nunca antes experimentado.

Ese mundo presuntamente futurista de 1984 estaría, de hecho, demarcado por los enfrentamientos entre tres superpotencias en permanente estado de guerra: la misma Oceanía, una nebulosa Eurasia y Asia Oriental.

La de Oceanía, conformada por todas las regiones angloparlantes del planeta, estaría regida por el Partido, un grupo oligárquico al usual estilo británico. Este, a su vez estaría constituido por un Partido Interior, el cual gobernaría día a día respaldado por un 2% de la población.

Y otro Partido, el Exterior, conformado por el 13% de la población restante. Ambos estaban encargados con exclusividad de ejecutar las órdenes lo más estrictamente posible que hayan emanado del Gran Hermano.

El 85% que conformaría el resto de la población equivaldría, en términos contemporáneos, a lo que hoy entendemos por proletariado. Porque, según el Partido, tal número habría de ser considerado como carente de capacidad intelectual para organizar una sociedad efectiva.

Y así, el Partido mantendría a todos los ciudadanos bajo vigilancia permanente, al extremo de poder encarcelar o hacer desaparecer a quienes demuestren la menor inconformidad.

A la cabeza de tal Partido totalitario, insisto, se encontraría la figura de ese Gran Hermano, cuyo rostro reaparecería obsesivamente una y otra vez en todos los carteles públicos y en todas las monedas.

De tal modo, la totalidad de los ciudadanos de Oceanía quedarían obligados a amar y ofrecer su lealtad incondicional permanentemente a ese Gran Hermano.

Desde otro ángulo, el protagonista de esa novela de Orwell lo sería un tal Winston Smith, un miembro del Partido Exterior que labora para el Ministerio de la Verdad reescribiendo artículos para que se ajusten a la ideología y la imagen que el Partido quiere proyectar.

Pero angustiado por aquel trabajo obligatorio, Winston escribe un diario dirigido a O´Brien, uno de los miembros del Partido Interior, debido a que Winston sospecha que O´Brien pertenece a una organización secreta de disidentes conocida como la “Hermandad”.

Un día Winston conoce a Julia, una joven que le había enviado una nota en la que le decía: “Te quiero”. Pero en Oceanía las relaciones eróticas están prohibidas, incluso para las parejas casadas. A pesar de ello, Winston decide iniciar una aventura amorosa y clandestina con Julia.

La pareja se encuentra a escondidas en el segundo piso de la tienda del señor Charrington, propietario de un negocio de objetos de segunda mano, que aparenta ser un aliado de aquella rebelde Hermandad.

Un día ambos amantes son arrestados en la tienda del señor Charrington y hallados en posesión del libro escrito por Emmanuel Goldstein, otro líder traidor al Partido. Así, Winston y Julia son torturados por O’Brien en el Ministerio del Amor, al mismo tiempo que se les impone un lavado de cerebro por el que pierden su individualidad, su respeto íntimo y todo deseo sexual.

Al final, Winston aprende así a ser leal al Partido y a amar a toda costa al absoluto Gran Hermano.

Y todo lo anterior ya lo había yo, por mi parte, actualizado hace unos meses mediante otra narración imaginaria que me había llegado anónimamente vía internet y que aquí comparto ahora con mis lectores. El texto dice así:

“Hola, ¿Pizza Hut?
–No, señor. Pizzería Google.
–Ah, discúlpeme… marqué mal…
–No señor, marcó bien. Google compró la cadena Pizza Hut.
–Ah, bueno… entonces anote mi pedido, por favor…
–¿Lo mismo de siempre?
–¿Y usted cómo sabe lo que pido yo?
–Según su calle y su número de depto. y las últimas 12 veces usted ordenó una
napolitana grande con jamón.
–Sí, esa quiero…
–¿Me permite sugerirle una pizza sin sal, con ricota, brócoli y tomate seco?
–¡No! Detesto las verduras.
–Su colesterol no es bueno, señor.
–¿Y usted cómo lo sabe?
–Cruzamos datos con el IGSS y tenemos los resultados de sus últimos 7 análisis de
sangre. Acá me sale que sus triglicéridos tienen un valor de 180 mg/DL y su LDL es de…
–¡Basta, basta! ¡Quiero la napolitana! ¡Yo tomo mi medicamento!
–Perdón, señor, pero según nuestra base de datos no la toma con regularidad. La última
caja de Lipitor de 30 comprimidos que usted compró en Farmacias Similares fue el pasado 2 de diciembre a las 3:26 p.m.
–¡Pero compré más en otra farmacia!
–Los datos de sus consumos con tarjeta de crédito no lo demuestran.
–¡Pagué en efectivo, tengo otra fuente de ingresos!
–Su última declaración de ingresos no lo demuestra. No queremos que tenga problemas
con la SAT, señor…
–¡Ya no quiero nada!
–Perdón, señor, sólo queremos ayudarlo.
–¿Ayudarme? ¡Estoy harto de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram! ¡Me
voy a ir a una isla sin internet, cable ni telefonía celular!
–Comprendo, señor, pero aquí me sale que su pasaporte está vencido desde hace 5
meses…”

Esta no es una broma para contar hoy a cualquier infeliz musulmán de los dos millones recluidos por la fuerza en los campos de concentración de Sinkiang, al extremo occidental y polvoriento de la China totalitaria de hoy.

Tampoco como deleite supletorio para cualquiera de los veintiséis millones de infelices coreanos del Norte, que agonizan sin pausa bajo el despotismo de una sola familia sin escrúpulo moral alguno con el pretexto de haber sido todos “liberados” por el abuelo no menos totalitario Kim Il-Sung en 1948.

Y exactamente lo mismo podría decirle yo a los venezolanos que gimen bajo la dictadura autocrática de Nicolás Maduro, o a los nicaragüenses que soportan una maldición semejante bajo esa pareja de genuinos enfermos mentales Ortega-Murillo. O a esos no menos infelices compatriotas míos de Cuba que han sufrido ya por 63 años del “bondadoso” yugo de Fidel Castro, ya difunto, o no menos de su hermano Raúl y hoy del tontín burócrata de Díaz Canel.

Y así, todos estos desafíos de este momento nos pueden resultar más claros también a esa luz de la obra de Orwell: o detenemos ya para los próximos cuatrienios tal marea al parecer imparable de ese tipo de totalitarismo ya anticipado hipotéticamente para el año “1984” por George Orwell o, con más realismo, nos hundiremos en la mortal monotonía de una sociedad mundialmente controlada por ese Gran Hermano, nacido esta vez como una alternativa retórica en el Silicon Valley.

Esperemos que no…

Armando De La Torre

Contributing Editor Armando De La Torre is dean of the Graduate School of Social Sciences at Francisco Marroquín University in Guatemala City, Guatemala. He is a US citizen of Cuban origin and a former Jesuit priest, and he holds masters degrees in philosophy and theology and a PhD in philosophy from the University of Munich, Germany. He was prefect of studies at the Latin American Seminary in the Vatican, where the vast majority of Latin American bishops study. Invited by universities and other institutions, he has given conferences on a wide range of subjects, especially rule of law and market economics, in Italy, France, Spain, Korea, Germany, and every country in Latin America. He studied journalism and is a published author and columnist.

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