Jonathan Blitzer, del New Yorker, recientemente publicó su último artículo fanfarrón sobre los funcionarios judiciales que han huido de la jurisdicción legal de Guatemala, temiendo ser juzgados. El artículo busca demostrar cómo el estado de derecho y los esfuerzos anticorrupción en Guatemala están bajo ataque.
El artículo de Blitzer sigue la tónica de otras piezas similares que usan la falacia de evidencia incompleta y la omisión de hechos para pintar a los exfuncionarios guatemaltecos de la forma favorable más ligera posible.
Sin embargo, Blitzer, sin darse cuenta, revela su estrategia. Como muestra su artículo, lo que está en juego en Guatemala es el intento del gobierno estadounidense de instrumentalizar el sistema de justicia de otro país para sus propios intereses políticos. En respuesta a este accionar del estado, los senadores Mike Lee (R-UT) y Marco Rubio (R-FL) recientemente pidieron una revisión completa del accionar del Departamento de Estado con respecto a la elección de fiscal general que está en proceso en Guatemala.
El artículo del New Yorker cubre a las siguientes personas y organizaciones, muchos de los cuales han sido cuestionados por sus acciones mientras trabajaban de funcionarios:
- Thelma Aldana;
- Erika Aifán;
- Juan Francisco Sandoval;
- Andrei González;
- Rudy Herrera;
- CICIG, la comisión anti-impunidad difunta de las Naciones Unidas.
Blitzer relaciona cómo Herrera fue presionado para reportar cualquier accionar chueco de Sandoval y Aifán. Él se arriesgó a enfrentarse a cargos si no cumplía con estas acciones. Herrera fue citado:
“No había una noche en la que no me llegase un mensaje de que el siguiente día las autoridades vendrían tras nosotros, los fiscales [anticorrupción]…. Toda la situación nos tenía en una especie de psicosis”.
Herrera temía a su propio gobierno, le cuenta Blitzer al lector. Él deja por fuera el hecho de que mientras la CICIG y la Fiscalía Especial Contra la Impunidad, controladas por Estados Unidos, estaban en su apogeo, muchas otras personas también temieron a una persecución sin el debido proceso. Blitzer no menciona, por ejemplo, los graves abusos cometidos contra la familia Bitkov. La severa injusticia perpetrada contra su familia, que huyó a Guatemala debido a represión del régimen de Putin, eventualmente llevó al cuestionamiento de la CICIG y su expulsión de Guatemala en el 2019.
Blitzer escribe de “una elaborada campaña de presión e intimidación”, refiriéndose a una serie de acciones tomadas legalmente en contra de estos operativos. Estas acciones vinieron de, ya sean las autoridades competentes en sus funciones oficiales (despidos) o de procesos legales en cortes por las mismas autoridades o ciudadanos privados. Así como en sus otras publicaciones fanfarronas publicadas en los “exilios” guatemaltecos, Blitzer nunca se dirige a los méritos de las acusaciones en contra de estas personas.
Así, cada uno de estos “exilios” es inocente hasta ser probados culpables en las cortes, un beneficio que los medios porristas no brindan a sus enemigos políticos.
Blitzer libremente admite que los personajes de su artículo han escapado temiendo enjuiciamientos. Esto trae a cuestionamiento el hábito de llamarlos exilios, en lugar de prófugos de la justicia. A pesar de que Blitzer afirma que ellos han sido “forzados” a huir, los llamados exiliados podrían haber enfrentado cargos en su contra en las cortes, tal y como insistían cuando ellos tenían el poder de enjuiciamiento. Thelma Aldana — la jefa de todos ellos, de acuerdo con Blitzer— estaba acostumbrada a decir cuando era fiscal general: “el que nada debe, nada teme”.
Delatando su estrategia
Blitzer descaradamente admite: “el destino del sistema de justicia de Guatemala ha estado, desde hace tiempo, atado a Washington”. Entonces, luego dice: “Estados Unidos abiertamente apoyó el trabajo de la CICIG, lo que le dio a la organización cierta protección”. Luego, cita a un juez anónimo: “[CICIG] tenía el apoyo y la credibilidad de la comunidad internacional. Ellos no podían ser investigados. Ellos no podían enfrentarse a cargos criminales. Y eso les dio una garantía crucial. Ellos ayudaron a asegurar el Estado de derecho.”
Este es el problema con el periodismo activista que se basa en narrativas masticadas. Debajo de un gobierno republicano que funcione correctamente, ningún funcionario tendría la oportunidad de hacer lo que desee. Mucho menos debería ser visto como un ser por encima de la ley. Cuando hay personas en el poder que son inmunes de las consecuencias de sus acciones, esto es exactamente opuesto al Estado de derecho.
Notablemente, Blitzer admite que Aifán era la jueza preferida de los fiscales enjuiciados. Una cita de Juan Francisco Sandoval: “Mientras ella seguía ahí, nosotros sabíamos que estaban cuidando nuestros casos”. Otra vez, esto es instrumentalización de la justicia, no Estado de derecho.
Errores de omisión
El artículo del New Yorker nunca aborda el hecho de que los “exiliados” han sido criticados por mucho tiempo por usar las mismas prácticas que ellos temen que usen en su contra: negación de la presunción de inocencia y seguimiento del debido proceso, filtración de información y calumnias basadas en acusaciones que no han sido probadas.
Los periodistas publicando estos brillantes artículos sobre los “exiliados” guatemaltecos huyendo de su posible enjuiciamiento son fanáticos de citar estos despidos de fiscales y contrataciones de nuevos fiscales más confiados por las administraciones en el poder de Guatemala como un indicativo de corrupción. Esta narrativa de medios sobre los “exiliados” simplemente repiten los puntos de discusión promovidos por el Departamento de Estado estadounidense, que abiertamente los premia.
Esto es altamente irónico, para ponerlo de forma moderada. Aparentemente, solo los presidentes Joe Biden y Barack Obama tienen la oportunidad de tener a su compinche como fiscal general. Aunque ambos, Biden y Obama, limpiaron la casa en sus respectivos Departamentos de Justicia, cualquier intento de hacer esto por presidentes guatemaltecos (o por Donald Trump, por ese hecho) son considerados como un retroceso democrático.
Desafortunadamente para los propagandistas de los medios convencionales, los guatemaltecos conocen el juego. Están cansados de jugarlo.
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