Reportes recientes indican que un acuerdo para liberar de prisión al obispo nicaragüense Rolando Álvarez fracasó. El acuerdo parece haber involucrado al régimen sandinista, al Vaticano y al presidente de Brasil, Lula, que es un aliado sandinista. Extrañamente, fueron las condiciones impuestas por el obispo Álvarez que impidieron su propia liberación.
Esto es extraño porque las personas que están encarceladas, de forma justa o injusta, usualmente quieren ser liberados. Ese deseo sería incluso más intenso en las aterradoras prisiones sandinistas de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Sin embargo, Álvarez tiene una firmeza que le obliga a rechazar un acuerdo que legitimaría al régimen y contradiría su brújula moral.
Los sandinistas fueron alguna vez los preferidos de los socialistas del mundo. Su reino ahora se encuentra en el salón de la vergüenza global. Son infames debido a su corrupción descarada, su manipulación de elecciones para mantener el poder y su violencia despiadada.
Nicaragua, bajo el control de los sandinistas, se encuentra entre el 20% más bajo de los países en el Índice de libertad de prensa. Sus principales aliados ahora son Cuba, China, Brasil, Irán y Rusia. De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas, más de 100.000 nicaragüenses han huido del país desde el inicio de la última crisis política en abril de 2018. Desde entonces, volviéndose cada vez más impopular e inmerso en una paranoia galopante, el régimen incrementó sus esfuerzos para obtener control completo de todos los niveles de la sociedad, restringiendo las actividades de todas las organizaciones que no estaban de su lado.
Gracias al férreo control del gobierno sandinista, Nicaragua se ha vuelto un lugar en el que la libre expresión de posiciones políticas disidentes lleva a los ciudadanos a prisión. Cientos han perdido sus vidas, mientras otros miles se enfrentan a la persecución, muchos simplemente por intentar participar en la vida pública. Algunos ya han muerto mientras estaban encarcelados en condiciones inhumanas y eran torturados. Muchos de los perseguidos han sido despojados de su nacionalidad y exiliados forzosamente desafiando a las leyes internacionales.
Entre los perseguidos está el obispo Rolando Álvarez, de la diócesis de Matagalpa. Irónicamente, Matagalpa es la cuna de la revolución sandinista.
Álvarez no es alguien que se queda callado ante la injusticia aplastante. Ha sido una fuerte voz contra los gobernantes con puño de hierro, luchando por los derechos y libertades básicas. Ha adoptado una posición firme en contra de las perturbadores violaciones de derechos humanos, la persecución y tortura rampante y las atroces ejecuciones extrajudiciales.
En represalia, en 2019, Álvarez fue acusado falsamente de terrorismo, incitar a la violencia y propagar noticias falsas. Él fue sometido a un arresto domiciliario.
En febrero de este año, los dictadores dieron una propuesta agridulce a más de 300 presos políticos. Ellos podían escoger su libertad, pero había una trampa: era una libertad lejos de su patria, un exilio sin Estado, como el precio de abandonar las celdas de prisión.
Álvarez fue el único que rechazó la oferta. Su rebeldía lo llevó rápidamente a un juicio espectáculo sandinista. En un abrir y cerrar de ojos, ellos le despojaron de su nacionalidad y le abofetearon con una sorprendente sentencia de 26 años en prisión, por supuestamente traición y sedición.
La decisión del obispo dejó a los dictadores perplejos. El poder sandinista, como Mao también lo entendía, surge del cañón de un arma. Para estos tipos tiránicos que se arrastraron de regreso al poder usando la intriga, manipulación, intimidación y agresión directa, la decisión del obispo fue un acto de desvarío.
Irónicamente, el aparentemente débil obispo demostró su fortaleza, incluso superando la de aquellos que lo oprimen. La fuerza no es poder. Como la filósofa Hannah Arendt argumenta, el poder político se otorga a través de la legitimidad del consentimiento. Cuando los líderes se aferran a su cargo, recurriendo a la fuerza bruta para preservar su reino, es una evidente señal de que les falta autoridad legítima para gobernar; carecen de poder.
Los sandinistas han tratado despiadadamente de expulsar al obispo de Nicaragua, no porque lo quieran libre sino porque quieren ilustrar desesperadamente una fachada de legitimidad. Su esfuerzo al hacer que El Vaticano llame a Álvarez para que vaya a Roma, usando al presidente de Brasil como mediador, es simplemente el último intento de este tipo.
Pero Álvarez permanece indoblegable. Ha rechazado la trampa de la zanahoria porque aceptarla sería aceptar las acusaciones fabricadas en su contra, los supuestos cargos. Él no aceptará ningún acuerdo a menos que las mentiras sean suprimidas y todos los presos políticos, incluyendo un puñado de otros clérigos, sean liberados.
La mayoría de nicaragüenses se opone al trato hacia el obispo. Mientras Álvarez permanezca en territorio nicaragüense, es como una bomba de tiempo para los dictadores. Su silencio desafiante es una reprimenda punzante a los tiranos y la decoración de sus mentiras. La presencia de Álvarez desafía silenciosamente sus planes de perpetuarse en el poder.
De este modo, el fallido intento de exiliar a Álvarez avergüenza a los tiranos. La equivocación expone al régimen, revelando que no poseen todos los reinos de poder, a pesar de su músculo político y maquinaria de violencia. Esto quiebra su ilusión de completo dominio y control sobre cada ciudadano nicaragüense. Esta desgarra su fachada de poder, un revés tan significante como cualquier derrota en el campo de batalla.
A pesar del control total del aparato estatal, los dictadores sandinistas flaquean cuando se trata de gobernar el corazón y alma de un simple obispo. Como Human Rights Watch ya ha resaltado, Álvarez ha expuesto por sí solo la bancarrota moral de los sandinistas. Su rebeldía pacífica muestra lo que la armadura de verdad y coraje puede hacer posible.
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