El nombramiento de Todd Robinson, exembajador estadounidense en Guatemala (2014-2017), como asesor principal de asuntos centroamericanos es un mensaje devastador del Departamento de Estado. Quienes rechazan su programa de imposición del socialismo en Guatemala, incluyendo el presidente guatemalteco Jimmy Morales, están avisados: el jefe ha vuelto.
Como embajador de ambos presidentes, Obama y Trump, Robinson intervino abiertamente en los asuntos internos de Guatemala en nombre de personajes totalitarios y antiestadounidenses. Hacía de la vista gorda a la corrupción, siempre y cuando sus aliados siguieran en puestos claves desde donde podían llevar a cabo su agenda radical.
Los aliados de Robinson protegieron a grupos armados que oprimían a los más pobres y desprotegidos del país y persiguieron a autoridades legítimas, especialmente en zonas fronterizas. El resultado ha sido el aumento del flujo de drogas y migrantes ilegales hacia Estados Unidos.
Tras su paso por Guatemala, Robinson fue nombrado encargado de negocios en la embajada de Caracas, el puesto diplomático más alto. Al no otorgarle otro cargo de embajador, sus superiores evitaron una audiencia de confirmación en el Senado que podría haber dejado a Robinson y a sus trasgresiones al descubierto.
Antes de las elecciones venezolanas de este año, el Gobierno Trump las condenó por ilegítimas. No obstante, Robinson luego declaró que “los venezolanos decidirán si las elecciones son creíbles o no, y esperaremos la decisión de los venezolanos”. El senador republicano Marco Rubio de Florida reaccionó: “No ha habido cambio en la política del presidente Trump… lo que podría cambiar es la dirección de la embajada en Venezuela”.
Robinson inmediatamente aprovechó su más reciente nombramiento para, en una entrevista sobre la crisis de Nicaragua, hablarle a la prensa sobre la Comisión antiimpunidad de la ONU en Guatemala, la CICIG.
“Claro, la ruta para Guatemala es la lucha contra la corrupción y la herramienta más importante para esa ruta es la colaboración de la fiscal general, la comunidad internacional y la CICIG”, dijo Robinson. Al respecto de hechos recientes, como la pausa que el senador Rubio hizo sobre los fondos para la CICIG, Robinson señaló que “no hay ningún riesgo, vamos a seguir apoyando a la CICIG”.
Como embajador en Guatemala, Robinson supervisó los esfuerzos del gobierno de Obama para presionar que las autoridades locales extiendan el mandato de la CICIG. Utilizó el poder de EE. UU. para colocar ilegalmente a Gloria Porras en la máxima corte del país. Los predilectos de Robinson como Porras, la ex fiscal general Thelma Aldana, y el comisionado de la CICIG Iván Velásquez, han cooptado el sistema judicial y penal de Guatemala para promover sus intereses políticos en desmedro de la ley.
La CICIG ha sido objeto de escrutinio legislativo debido a su persecución ilegal de una familia rusa. El Departamento de Estado, como el mayor defensor de la CICIG, ha liderado el esfuerzo en el Congreso por ocultar la verdad sobre la Comisión. El nombramiento de Robinson en otro cargo sobre Centroamérica es la otra cara de la moneda: someter a la oposición en Guatemala.
La reciente entrevista de Robinson, pretendidamente sobre Nicaragua, es un claro mensaje a los guatemaltecos. Básicamente da a entender que estaba equivocado todo aquel que creía que Donald Trump y Mike Pompeo cambiarían la política de Obama, que incluye la CICIG. Robinson está de vuelta y es él quien manda. La política de Obama continuará bajo Trump y Pompeo, entonces no se molesten en oponerse y hacer lobby —acostúmbrense y acepten que EE. UU. apagará su democracia—.
En 2016, el nuncio papal en Guatemala criticó la intervención extranjera en los asuntos internos del país. El arzobispo de Guatemala luego dijo: “Esto estaba dirigido al embajador estadounidense… No sé por qué está interfiriendo tanto en la política guatemalteca. Éstas son políticas que emanan directamente del Gobierno estadounidense”.
Robinson demostró la misma arrogancia como embajador en su reciente entrevista. Fue célebre su respuesta a un reportero que le preguntó sobre las críticas del nuncio y arzobispo: “En la lista de prioridades, el tema de soberanía, para mí, está de último, cuando hay gente muriendo de hambre en este país”.
Armando de la Torre, exdecano del seminario sobre América Latina para la Iglesia Católica en Roma, dijo al Impunity Observer: “En 2 mil años de historia occidental, no ha habido otra institución que se compare remotamente a la Iglesia Católica en sus esfuerzos por aliviar el sufrimiento y el dolor humanos. La declaración del embajador de Obama es un insulto a los cientos de millones de católicos que tratan de ayudar a los menos afortunados”.
Los insultos de Robinson y su abierta intervención, incluyendo posibles actos criminales, son sorprendentes para un embajador. Él creía que su trabajo era dirigir Guatemala. Pero ciertamente, era un deber de Robinson respetar la soberanía de Guatemala, la cual él violó.
El Departamento de Estado puede esconderse del público y del Congreso con subterfugios y declaraciones repetitivas, pero los guatemaltecos que aprecian la libertad entienden perfectamente quién es Robinson. Su nombramiento es un mensaje devastador al presidente Morales y a todos los guatemaltecos que creen en la libertad, razón por la cual sus superiores lo hicieron.
Los aliados mediáticos de Robinson, Velásquez y Porras inmediatamente destacaron la noticia de su nombramiento y su declaración sobre el futuro de la CICIG. Si al Gobierno Trump y a los legisladores estadounidenses realmente les importa aumentar la prosperidad en Guatemala y Centroamérica y reducir el flujo de drogas y migrantes ilegales, deberían prestar atención, porque la política de Obama, que continúa hasta el día de hoy, ha logrado todo lo contrario. El nombramiento de Robinson es otra confirmación de este hecho.
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