Ciudad gloriosa

Trigesimosegundo fragmento de “Hermanos de vez en cuando”

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Las circulares en la Isla de los Pinos (rebautizada como Isla de la Juventud) como se ven en la actualidad. (Mentalitch)

Alegrías del subdesarrollo

5 de octubre de 1961. Pocos días después de la llegada de Emi a la prisión de larga duración en la Isla de Pinos, la vieja fue a visitarlo. Había hecho el largo viaje en autobús y ferry a la segunda isla en tamaño del archipiélago de Cuba.

Llevaba vitaminas y también un saco de dormir, ya que la ropa de cama de la prisión no era más que una tira de lona colgada entre las literas, una lona que también resultó ser un paraíso para las pulgas. Al decir de los prisioneros, “una cárcel sin pulgas es como un matrimonio sin hijos o un pueblo sin música”.

La vieja no pudo contener su tristeza al ver a Emi con el uniforme caqui de un prisionero político, con una taza de hojalata pegada a su charretera. Al final de una carta al viejo describiendo su viaje a la prisión, Delia se permitió decir: “Estoy agotada en cuerpo y espíritu”.

Sus deberes en Cuba aún no habían terminado. Galina estaba por llegar y la vieja la recibiría en el aeropuerto. Anticipándose, la vieja escribió a su marido: “No pienso contarle cosas desagradables y menos aún sobre su cuñado… Ella no tiene la culpa y quizás sea más humana”, omitió con gracia el nombre de Adolfo.

La vieja se aficionó inmediatamente a la chica rusa y le mostró La Habana, lo que resultó ser una gran sorpresa para la visitante. Como estudiante soviética, Galina había aprendido que Cuba era un país atrasado, un recién llegado en el mundo socialista, en los inicios de su desarrollo.

Recorrer La Habana, una moderna metrópolis llena de belleza y riqueza, la dejó atónita; al igual que el esplendor físico, calor y sol, horizontes infinitos, colores del Caribe, todo imbuido de una alegre musicalidad. Este era un mundo en desarrollo y lo correcto era poner al bloque Soviético en el espejo retrovisor.

Para colmo, la vieja le dio a la chica su propio anillo de compromiso antes de volver a su casa en Miami. Fue la más cálida de las bienvenidas y por más débil que Adolfo lo percibiera, un robusto respaldo que ninguna de las esposas de Emi había recibido.

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Fortaleza de La Cabaña, 2002.

* * *

1961. Adolfo instaló a Galina en su nueva casa, un estudio con una pequeña cocina y un balcón, a una cuadra de la oficina de Fidel.

Fue un reencuentro muy feliz. Pronto los dos se pusieron a trabajar duro; él en asuntos del Partido y ella como profesora de lengua rusa, para la que ahora existía un gran mercado en Cuba. Cuando se reunían al final del día, Adolfo se encontraba compartiendo la cama con alguien cuyo montón de libros sobre la mesa de noche era más alto que el suyo.

La curiosidad de Galina abarcaba muchas áreas. Por ejemplo, se cuestionaba la ausencia de ciertas comodidades elementales para una casa, como un teléfono o un refrigerador. Cuba le parecía una sociedad rica, y su hombre era un cuadro importante.

Cuando le mencionó esas cosas a Adolfo, él respondió con indiferencia. Las consideraciones materiales no tenían cabida en su mundo intelectual.

A los ojos de Adolfo y sus camaradas socialistas, la política del país avanzaba de forma decisiva. Los comunistas estaban en el centro de un  esfuerzo para reorganizar el país y su economía en líneas abiertamente socialistas. Aníbal estaba ahora en plena asociación con el comandante en jefe.

Adolfo acompañó al líder de Juventud Rebelde, Joel Iglesias, a una reunión con Aníbal y Fidel. Su viejo compañero Domenech fue quien recibió a los líderes juveniles en la oficina de Fidel, pues el asistente de Aníbal se había convertido en el de Fidel.

Mientras todos se sentaban, Domenech tomó su puesto junto a los teléfonos. A lo largo de las estanterías, ya encuadernados, estaban los discursos de Fidel.

[De los recuerdos de Adolfo]

Fidel se había convertido en director y jefe experto en todos los campos. Mientras que Joel y yo habíamos pedido verle para tratar asuntos relacionados con Juventud Rebelde, Fidel prefería hablar del tema de actualidad, que resultó ser la agricultura.

En opinión de Fidel, ciertos frijoles y granos tenían un precio demasiado alto en los mercados mundiales. Cuando Fidel hablaba de frijoles y granos, uno no se podía imaginar nada en el mundo tan crucial y cautivador.

La charla se detuvo abruptamente cuando Fidel, cuya memoria era una trampa de acero, no pudo recordar una cifra. Domenech tomó un teléfono, marcó un número, susurró en el receptor y le dio el teléfono a Fidel.

—Comandante, es el director del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).

Fidel tomó el teléfono y dijo sin preámbulos:

—Escucha, ¿cuál es el precio de la libra de lentejas en el mercado internacional?

Recibió la respuesta y le devolvió el receptor a Domenech.

—Sí —dijo a sus oyentes—, son… tantos pesos y si se compara con los frijoles negros y rojos, se verá que… —continuó, sin pensar en el director del INRA que en ese momento debe haber exhalado un suspiro de alivio por no haberle fallado a Fidel.

—Los hábitos alimenticios del pueblo cubano son absolutamente erróneos

—continuó Fidel—. Hemos heredado de España los hábitos alimentarios de un clima frío, mientras que aquí necesitamos muchas verduras, mucha fruta, mucho pescado…

—Guisos, fabadas —susurró Aníbal—, reflexionando sobre las delicias de la antigua cocina española.

—¡Sí!, Fidel, ¡pero es muy sabroso! —dijo Joel con una risa inocente,  diciendo en voz alta lo que Aníbal había susurrado.

—El arroz, por ejemplo —continuó Fidel sin prestar atención—, tiene todo el valor nutritivo en la cáscara y la quitamos para comer el grano. Sería bueno para nosotros ahorrar el dinero que gastamos en importar arroz y en su lugar comprar harina de maíz, que es mucho más barata y tiene más valor nutritivo.

Surgió el inesperado tema de los libros. Alguien mencionó las obras completas de Lenin en setenta y cinco volúmenes.

—No he escrito mucho —dijo Fidel—, pero con respecto a los discursos—señalando los volúmenes a lo largo de las paredes—, creo que pronto llegaré a los setenta y cinco volúmenes.

—Esas también son creaciones —dijo Aníbal—, y aquí han servido para un propósito político muy directo.

—Sí. —Fidel sonrió—. Esas han sido las inyecciones que debo dar al pueblo periódicamente para elevar sus defensas.

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El autor visita el restaurante La Zaragozana en La Habana, 2002.

Domenech le susurró algo a Fidel. Estaban a punto de cerrar la reunión sin que se mencionaran los asuntos de Juventud Rebelde.

Joel aprovechó el silencio.

—¡Mire, Fidel! ¡Tenemos que hablar de algunos problemas!

Afortunadamente esos asuntos solo tardaron unos segundos en resolverse.

Fidel y Aníbal iban a almorzar a un restaurante español, La Zaragozana.

—Esa gente no sabe hacer cachelos —dijo Fidel sobre los cocineros de La Zaragozana cuando todos salimos de la oficina del líder.

Los cachelos son un revuelto de cerdo, jamón, tocino, patatas, cebollas y pimientos rojos, en salsa.

—Sí, hay que enseñarles —acordó Aníbal.

Nadie pareció notar la diferencia entre la charla anterior de Fidel y su interés por el plato clásico español, pero ¿qué importaba cuando el líder del Partido y el comandante en jefe se llevaban tan bien?

Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.

Todos los lunes, miércoles y viernes, Impunity Observer publicará fragmentos de Hermanos de vez en cuando hasta compartir una parte sustancial de la obra. ¡Sigan nuestras redes sociales en Twitter y Facebook para no perderse ninguna entrega!

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David Landau

David Landau, the Impunity Observer's contributing editor, is the author of Brothers from Time to Time, a history of the Cuban revolution.

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