En octubre de 2022 preguntaron a Paul Gottfried, editor de Chronicles, qué tema ofrece mayor potencial para colaboración entre libertarios y paleoconservadores. Representando a este último movimiento ideológico, en un evento del Mises Institute, él dijo que había, con pocas excepciones, potencial en todo ámbito.
Esto sucede porque aquellos que valoran la libertad (libertarios) y aquellos que valoran la civilización (conservadores) tienen un enemigo en común: la izquierda. La búsqueda ideológica de igualdad de resultados une a aquellos bajo el paraguas de la izquierda, sean estos autoproclamados progresistas, marxistas, comunistas o liberales (de izquierda).
Dado su oposición a resultados disparejos y jerarquías, el izquierdismo es una plaga que se manifiesta en un extenso y cruel leviatán que sofoca las libertades individuales y la familia como unidad natural –como está explicado en Against the Left (Contra la Izquierda, 2019) de Llewellyn Rockwel–. El izquierdismo también tiene conflictos con la religión porque es una autoridad alternativa y fuente de moralidad que compite con el leviatán.
Aunque dominante y tentador para quienes aspiran ser gobernantes y para aquellos que cargan rencor del pasado histórico, el izquierdismo nunca puede cumplir su objetivo. Los humanos no son iguales en sus habilidades y nunca lo serán. La ingeniería social para imponer igualdad, sin importar cuánto parezca que aborda todo, siempre es una batalla contra la naturaleza humana y debe adoctrinar a cada nueva generación para alejarla de sus proclividades.
Dónde se profundizan las cicatrices
La realidad sobre la destrucción y las falsas promesas del izquierdismo son absolutamente claras en América Latina. Uno no necesita ver más allá de Cuba, Nicaragua y Venezuela –lugares llenos de miseria e, irónicamente, inmensas desigualdades–. Mientras predican igualdad y la imagen de un nuevo hombre socialista, la clase política ha mostrado cómo la redistribución solo empodera al Estado. Ellos viven en la opulencia y acechan a idiotas útiles y miles de almas semejantes que no consienten: aquellos que no logran escapar.
El legado notable de la izquierda en estas naciones es generaciones enteras perdidas en el exilio, testamento de la utopía que nunca existió. Como escribió José Azel de Cuba, la migración de cubanos por décadas hacia Estados Unidos –centrada en Miami, Florida– significa que “la auténtica Cuba es la que construyeron los cubanos en el sur de Florida” y no en La Habana, que es una sombra de lo que alguna vez fue.
Aún así hemos visto la trayectoria de la izquierda a lo largo de América Latina en recientes elecciones presidenciales, sea la de Chile, Colombia, Perú u Honduras. El 30 de octubre de 2022, Luiz Inácio “Lula” da Silva venció en las urnas a Jair Bolsonaro. Con esto, Brasil también se une a la marea rosa 2.0.
Sin importar cuánto dolor el socialismo del siglo XXI inflija, muchas personas, como borregos cayendo uno tras otro, parecen ser inmunes a ver la conexión. La Alianza Bolivariana y el Foro de San Pablo (ahora conocido como Grupo de Puebla) de los difuntos Hugo Chávez y Fidel Castro se están reinventando, causando un daño permanente a estas naciones.
La seudo derecha en la América Latina contempóranea tiene sus propias inclinaciones intervencionistas, no tiene unidad ideológica y no representa al liberalismo clásico. Pero, al menos, no predica el igualitarismo.
El autoritarismo histórico de la derecha latinoamericana, como aquel de Augusto Pinochet en Chile, ha sido reaccionario y temporal con el general difunto entregando el poder después del referendo de 1988 para la democracia. Como el economista español Daniel Lacalle ha explicado: “el intervencionismo de la derecha es dañino… y debe ser condenado. Sin embargo, no es eterno”.
Desafortunadamente, “una vez que la izquierda se toma las instituciones”, Lacalle explica, el gran problema es que “empiezan a imponer el socialismo radical como aquel que hemos visto en algunas economías latinoamericanas… [y] no te puedes deshacer de este”.
La alerta de la igualdad
La retórica izquierdista, que ignora o niega las diferencias naturales entre la población, parece ser especialmente atractiva y peligrosa en América Latina.
Primero, la pobreza latinoamericana en comparación con la América angloparlante invita a la victimización. La lógica izquierdista consiste en que la riqueza imperialista del norte debe haberse dado a costa de América Latina. Esta línea de pensamiento fue expuesta por la obra del difunto Eduardo Galeano: Las venas abiertas de América Latina, que sigue siendo influyente. Él culpaba a los colonizadores; los izquierdistas contemporáneos culpan a cucos como el Fondo Monetario Internacional y los llamados fondos buitre que se arriesgan al prestar dinero a países latinoamericanos.
Segundo, con la gran diversidad étnica latinoamericana, la desigualdad de riqueza e ingresos es inevitable. Mientras algunas personas desean vivir en formas que los mantienen en niveles de pobreza de subsistencia, otros tienen el talento y la inclinación para vivir con comodidades del primer mundo. Estos últimos usualmente se segregan en zonas residenciales cerradas, lo que hace el contraste de estándares de vida aún más impactante. La envidia de aquellos afuera de estas comunidades es fácil de explotar por populistas y el discurso de la lucha de clases.
Finalmente, América Latina no tiene la misma historia de la angloesfera con siglos de, al menos, algo de soberanía de los individuos con respecto a los monarcas. Como lo explica Carlos Rangel en Los latinoamericanos (1976), aquellos que nunca han conocido soberanía o igualdad ante la ley –en lugar de igualdad de resultados– se inclinan a buscar gobernantes más benevolentes en lugar de gobernarse a sí mismos. Esta tendencia de un gobernante que sea salvador infiere que hacer algo es mejor que no hacer nada e impide que el crecimiento orgánico y gradual pague sus dividendos, como sucedió en la angloesfera.
Para ser justo, algunos grupos indígenas se han resistido a los izquierdistas cuando estos han querido trastocar su estilo de vida. Los miskitos de Nicaragua, por ejemplo, se refugiaron en Honduras después de que los sandinistas no mostrasen interés en la autonomía local. Asimismo, los ixiles en Guatemala se vieron envueltos en la búsqueda internacional de una revolución marxista de Castro. Muchos ixiles murieron en medio de los tiroteos y el gobierno guatemalteco armó a los ixiles y otros grupos campesinos en Patrullas de Autodefensa para resistir a las guerrillas izquierdistas.
Un programa de lujo e impagable
Mientras escribo esto desde Buenos Aires, Argentina, inspirado por el libro de Rockwell, pienso cómo el mundo ha pasado al lado de esta nación. Mientras Argentina ha desperdiciado gran parte del siglo en asuntos sin importancia, incumpliendo sus deudas, imprimiendo dinero y haciendo sindicatos en su economía, gran parte del resto del mundo ha crecido, dejando atrás a Argentina.
Los izquierdistas de Argentina, quienes siguen el legado de Juan Domingo Perón (1895-1974), no lograron entender que no puedes hacer rico a un pobre haciendo pobre a un rico. Los peronistas están obsesionados con (1) la redistribución y (2) la victimización. El primero destruye incentivos y la productividad; el segundo desvía la responsabilidad y crea dependencia de la ayuda extranjera, incluyendo aquella que proviene de fuentes ilegítimas. Perón y sus adherentes han favorecido los beneficios a corto plazo y el circo por sobre el desarrollo a largo plazo. Los resultados, lastimosamente, están a la vista en una Argentina en declive.
El izquierdismo es un proyecto caro. Su costo es particularmente doloroso para los que no lo pueden pagar: los latinoamericanos. Si sus economías son casi 90% menos productivas que aquellas de la América angloparlante, arreglar el problema con libre empresa e inversión debería ser el acercamiento adecuado. El Estado de bienestar y la ayuda extranjera no son un sustituto para el sector privado y nunca lo serán.
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