En la primera ronda de elecciones presidenciales del pasado 6 de septiembre, Guatemala evitó, por poco, un golpe de Estado que las pudo haber suspendido, y que las hubiesen mantenido suspendidas por un largo tiempo. Con una segunda vuelta prevista para el 25 de octubre, el país ha retrocedido ahora a la relativa comodidad de ser un paraíso para la corrupción, como lo ha sido a lo largo de su historia.
Si bien el alivio por ese resultado era natural, el optimismo para el futuro es otro tema. Las fuerzas que estaban llevando al país hacia un golpe de Estado aún se mantienen en su lugar, y están listas para volver a intentarlo. Tal como una enorme masa de gelatina que ha sido aplastada por un solo lado, el partido golpista tarde o temprano la presionará para el otro lado.
Un ala del partido pro-golpe de Estado es la falange de guerrillas. Una segunda ala es liderada por la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), una agencia de la ONU respaldada por Estados Unidos.
La Cicig se ha convertido en el complemento de actores políticos cuyo Gobierno se apoya sobre una base de corrupción sistémica. La “cumbre” de líderes oligarcas promueve esta corrupción —a menudo en contra de los intereses del sector privado—, para mantenerse a sí mismos y a sus privilegios oligárquicos que están por encima de la ley; mientras que la guerrilla también fomenta la corrupción para chantajear a dichos líderes oligarcas, y ganar así un pedazo de poder para ellos.
La Cicig se ha convertido en el complemento de actores políticos cuyo Gobierno se apoya sobre una base de corrupción sistémica
Estos extraños compañeros de cama ahora trabajan en conjunto, con el apoyo de la Cicig y del Gobierno del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. El acuerdo es un insulto para la mayoría de los guatemaltecos, a quienes les impiden a diario obtener oportunidades justas en la sociedad.
Como una parte ya establecida entre estos jugadores, el poder de la Cicig ha crecido de una manera imposible de ignorar. En 2010, estuvo detrás de la remoción de un fiscal general en ejercicio, Conrado Reyes, con una transparente campaña de difamación. Este año, la Cicig levantó los cargos en contra del entonces presidente Otto Pérez Molina, y su vicepresidenta Roxana Baldetti, con acusaciones, aún no probadas, de que dichos funcionarios eran los líderes de un esquema de corrupción.
Los guatemaltecos están muy felices de ver a la Cicig perseguir sus ex jefes de Estado, y siguen animando el enjuiciamiento de las autoridades. Solo en la última semana, un exadministrador de la aduana, un magistrado de la corte de apelaciones y dos jueces han sido detenidos y acusados de delitos por parte del Ministerio Público, actuando bajo las órdenes de la Cicig.
El entusiasmo que muchos guatemaltecos sienten por la Cicig necesita ser entendido en el contexto de una sociedad que nunca ha conocido el verdadero Estado de Derecho. Es el mismo entusiasmo que la gente sentía al ver los primeros despliegues de poder de los regímenes comunistas y fascistas que, a su vez, se convirtieron en los monstruos de la historia moderna.
El caso de la Cicig en contra de Pérez Molina y Baldetti parece convincente hasta que se examinan los hechos. El círculo de sobornos que la Cicig vinculó a sus nombres había estado operando durante décadas. La Cicig en sí, durante sus primeros siete años de funcionamiento, no había tocado este círculo de sobornos.
Especialmente con el respaldo que tienen por parte de la embajada de Estados Unidos, la Cicig ahora decide por su cuenta quién puede servir en el Gobierno de Guatemala. Los cargos contra Pérez y Baldetti no requerirán de pruebas, puesto que la Cicig ya ha establecido un poder absoluto de condena sobre sus objetivos.
Para agosto y septiembre de este año, el sistema electoral de Guatemala se había convertido en el verdadero objetivo de la Cicig. Se sumaron a las actividades de grupos radicales que exigían que las elecciones se suspendieran.
El peligro era lo suficientemente real para la Organización de Estados Americanos (OEA), el único actor internacional importante que mostró integridad durante la crisis, al emitir una advertencia urgente. El 23 de agosto, dos semanas antes de la votación, el secretario general de la OEA emitió un comunicado diciendo: “Es esencial que las elecciones se celebren en el marco constitucional vigente”.
Menos de una semana antes de la votación, un buen amigo nuestro, retirado del Gobierno de Estados Unidos, dijo haberse encontrado con un enviado europeo que conocía. Este enviado había asistido a una sesión informativa por parte de funcionarios estadounidenses que trataron el tema de la corrupción electoral.
El enviado tenía la impresión de que Estados Unidos estaba desarrollando una base de apoyo a una “ilusión” de la Constitución de Guatemala. Puede ser, dijo el enviado, que Estados Unidos estaba preparándose para respaldar una propuesta europea para un Gobierno provisional autoproclamado.
Para estar seguros, la embajada de Estados Unidos emitió su propio comunicado con palabras bonitas sobre las próximas elecciones. “Animamos a los guatemaltecos a ejercer responsablemente su derecho democrático a votar”, concluyó más adecuadamente.
Pero el fuerte respaldo que la embajada ya le había dado al informe de la Cicig sobre la corrupción incitó directamente al pueblo guatemalteco a levantarse contra el orden establecido. “El informe deja claro que la clase política se ha burlando del pueblo guatemalteco. Los guatemaltecos se merecen algo mejor. Ya han sufrido bajo estas condiciones por mucho tiempo”.
Esta última afirmación es maoísmo simple y puro. Incluso, más que una ideología, el maoísmo es un método de mando. Mientras que los marxistas o cuerpos guerrilleros crean insurrecciones desde abajo, los maoístas instigan desde arriba, como lo hizo Mao.
El presidente Obama, con su apoyo a los rebeldes Ferguson y al movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, se ha convertido hoy en el líder maoísta del mundo; y su embajada en Guatemala ha seguido su ejemplo.
En Guatemala, la guerrilla intentó durante 40 años llegar al poder, a través de un movimiento desde abajo, y falló en cada paso. En los últimos años, la Cicig junto con el Gobierno de Obama han estado tratando de iniciar una insurrección desde arriba. Hasta la fecha, el movimiento maoísta en Guatemala no ha tenido éxito. Las votaciones exitosas del 6 de septiembre fueron la prueba más reciente de eso.
Cuando las elecciones se llevaron a cabo sin problemas, el embajador estadounidense, Todd Robinson, saltó al otro lado y elogió la recién aparecida conciencia democrática
Cuando las elecciones se llevaron a cabo sin problemas, el embajador estadounidense, Todd Robinson, saltó al otro lado y elogió la recién aparecida conciencia democrática. Pero su alabanza solo expuso el vacío que ahora vive en el corazón de la política estadounidense.
Los recientes problemas en Siria iluminan el asunto perfectamente. Al testificar ante un comité del Senado, el general a cargo del comando central de Estados Unidos reconoció que el programa del Pentágono para oponerse a la expansión del Estado Islámico no ha estado a la altura. Después de un año de trabajo, y decenas de millones de dólares gastados, el número de combatientes contra el Estado Islámico (ISIS) entrenados por Estados Unidos en Siria es solo de cuatro o cinco.
Lo peor de esta situación es que en la Casa Blanca hablan al respecto. El 16 de septiembre, el portavoz de Obama, Josh Earnest, dijo que el presidente recién había aprobado el programa de entrenamiento ante la presión de los críticos. Ahora que el programa se había quedado corto, eran los críticos del presidente los que deben ser culpados por eso. En palabras de Josh Earnest: “Eso no es algo en lo que este Gobierno creyó, pero es algo por lo que nuestros críticos tendrán que responder”.
Esa declaración es una sentencia de muerte para la política exterior estadounidense. Si al comandante en jefe de Estados Unidos se le permite ser tan negligente o indiferente en sus opciones, entonces la política ya no existe.
Por esa medida, incluso el sistema corrupto y depredador en Guatemala parece más fiable que el de Estados Unidos. Y la abdicación de la política del presidente es un llamado a los actores responsables de todo el mundo para protegerse de la influencia estadounidense — al menos hasta que se produzca un cambio en el liderazgo del país.
Este artículo fue publicado antes por el PanAm Post.
David Landau colaboró en este artículo.
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