Las elecciones presidenciales en Guatemala ya terminaron. Y las maniobras postelectorales han comenzado con vigor.
La elección, lejos de ser normal, fue definida por el intento del Gobierno de Barack Obama y de la auto-designada Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) para modificar la estructura de Gobierno del país. Semanas antes de la primera vuelta, la Cicig formuló cargos de corrupción contra el entonces presidente Otto Pérez Molina, empujándolo hacia la renuncia y a la cárcel. Las acusaciones aún no han sido probadas y es probable que continúen así.
El propósito de Obama y de la Cicig era que un Gobierno de transición suspendiera las elecciones. La justificación era que el país es demasiado corrupto como para llevar a cabo una elección transparente. Pero su jugada fue contraproducente. En una jornada con más del 70% de participación electoral, los votantes se rebelaron ante el establecimiento político y eligieron al novato Jimmy Morales, conocido sobre todo por su carrera previa como comediante.
En la segunda vuelta del 25 de octubre, Morales aplastó a la ex primera dama Sandra Torres, quien se jactaba de que iba a limpiar el piso con su inexperimentado oponente.
Con Torres como presidente, los llamados progresistas hubieran obtenido una posición privilegiada. Tras su fracaso, se apresuraron a lanzar dardos por la boca. Un buen ejemplo de esto es el reciente reportaje publicado en The New York Times por Anita Isaacs, una académica estadounidense quien, tras su visita a Guatemala, intentó desprestigiar la victoria de Morales. La siguiente es una adaptación libre de su reportaje, con ingredientes de otro similar.
En Ciudad de Guatemala, la académica visita un café en el que espera encontrar un ambiente de lectura y conversación inteligente sobre política progresista. Pero encuentra un lugar oscuro, con música lenta y mujeres jóvenes que bailan para el deleite de hombres mayores.
Por instinto, Isaacs describe la escena como “sexista”.
El aire está cargado de humo, whisky y el perfume que simboliza el machismo. Sin titubear, la académica usa el adjetivo “homofóbico”.
El anfitrión que escolta a la académica a la mesa le echa una mirada. Ella, casi murmurando, balbucea “racista”.
Nuestra académica luego observa que algunos de los clientes llevaban boinas corinto. Como estudiante de Historia, ella sabe lo que son, y no puede contener su reacción.
“¡Oh Dios mio!”, exclama con toda su potencia. “¡El ejército guatemalteco está aquí!”.
Por lo tanto Isaacs escribe posteriormente en The New York Times: “[El partido de Morales] fue fundado por oficiales del ejército derechistas con vínculos con las redes del crimen organizado que han capturado la política guatemalteca, y cuyos miembros están implicados en brutales crímenes de guerra, cometidos durante los 36 años de guerra civil en el país”.
En un reportaje anterior, un empleado de una ONG de Washington D.C., que casualmente apoya la perspectiva del partido de la guerrilla guatemalteca, acusó a Morales de incluir en sus rutinas humorísticas material “racista”, “sexista” y “homofóbico”.
Estos comentarios acerca de Morales y sus seguidores son un caso típico de una mentira que le da media vuelta al mundo mientras la verdad se amarra sus zapatos. Si estas falacias nos distraen, nunca podremos descubrir la mentira. Pero la siguiente es una parte de la verdad, brindada por Edgar Ovalle, coronel retirado del Ejército y dirigente del Frente de Convergencia Nacional-Nación (FCN) que llevó a Morales al poder.
“El FCN fue fundado en 2005 el y la mitad de su comité ejecutivo estaba conformado por militares veteranos. En 2011, todos los exmilitares dejaron el partido, excepto Gregorio López y yo. En marzo de 2013, nos fusionamos con el comité civil de Nación y el partido se convirtió en FCN-Nación, cuyo secretario general fue Jimmy Morales, mientras yo ocupaba el cargo de secretario asistente”.
“Desde 2013 hasta la reciente primera vuelta electoral, ningún otro militar se adhirió al partido. Antes de la segunda vuelta, dos militares retirados se sumaron para participar en tareas administrativas”.
“Compare eso con los casi 20 militares retirados en el partido UNE [de Sandra Torres] y los casi 40 en Líder [el partido del candidato que inició la primera etapa de la campaña como favorito, Manuel Baldizón]. Exintegrantes de la guerrilla también están participando en política. Todos tenemos ese derecho constitucional”.
Esta es la farsa acerca de las influencias militares que supuestamente controlan a Morales. ¿Cuál es el verdadero objetivo de este ataque? El poder, por supuesto. Los opositores de Morales lo atacan para usurpar parte de su poder para ellos mismos.
Es un viejo juego. Quieren chantajear a Morales para que este les extienda dádivas a cambio de su silencio. Y si logran entrar a los corredores clandestinos del poder, podrán ejercer influencia sobre el Gobierno sin necesidad de enfrentar las responsabilidades.
Llamemos a los opositores de Morales por su nombre. Son defensores de la causa guerrillera derrotada en 1996 tras casi cuatro décadas de guerra.
Los partisanos tienen abundantes recursos aunque intentan demostrar lo contrario. Son consentidos por los medios internacionales. Reciben bolsas de dinero desde el exterior. La Unión Europea escribe cartas en su nombre; las Naciones Unidas se mueven para su beneficio. Sobre todo, pueden contar con el generoso apoyo del Gobierno de Obama, el cual los presenta como ejemplares defensores de los derechos humanos y de la justicia social.
Desde el 2011, milicias guerrilleras han controlado vastas áreas rurales con sus armas. Ahí, reprimen violentamente a los campesinos que dicen ayudar. Cuatro años atrás, cuando el general retirado Otto Pérez Molina inició su presidencia en Guatemala, el partido de la guerrilla tenía suficiente influencia para hacerse incluir dentro del Gobierno como aliado silencioso.
Un reportaje publicado en The Wall Street Journal expone discretamente esta negociación. En los últimos días de la campaña presidencial de Pérez, el partido de la guerrilla amenazó con reabrir una investigación según la cual Pérez estaba acusado de asesinar a un comandante guerrillero durante la guerra.
En realidad, al partido de la guerrilla no le importaba mucho su comandante muerto más de 20 años después del episodio. Y este tipo de reportaje no es usual para el Wall Street Journal. ¿Qué estaba en juego? Es obvio si uno lee entre líneas: el partido de la guerrilla quería extorsionar a Pérez para obtener una cuota de poder en su Gobierno. Si no se salían con la suya, los guerrilleros harían miserable la vida de Pérez.
Y Pérez cedió. Le entregó a la guerrilla parte del poder. Nunca más fue mencionado el asesinato del comandante, ni siquiera por la supuesta esposa del hombre, una timadora estadounidense que perteneció a la guerrilla durante mucho tiempo.
Durante sus casi cuatro años en la presidencia, Pérez cumplió su palabra. Mantuvo en su puesto a la fiscal general Claudia Paz y Paz, una partidaria de la guerrilla que utilizó medios ilegales para avanzar su causa, por ejemplo al investir a guerrilleros con cargos oficiales. Pérez también le permitió a Paz y Paz continuar su juicio en contra del exlíder del país, el General Efraín Ríos Montt, acusado de genocidio.
El juicio por genocidio es un esperpento que nunca hubiera cumplido los parámetros de una corte internacional imparcial. Pero en Guatemala aún sigue vigente; y si los tribunales mantienen los cargos por genocidio, la guerrilla podrá usarlos para acabar con la misma Constitución. El presidente electo Morales será presionado, si no es que aún no ha sentido presión, para que no archive el caso.
Dejemos de jugar con la maquinaria de propaganda política de la guerrilla y llamemos a la desinformación contra Morales por su verdadero nombre. Es la continuación de la guerra de guerrillas por otros medios.
Los guatemaltecos tienen poco apetito por esta guerra. Aún así, hay poderes externos que imponen el conflicto sobre la sociedad, poderes cuyos nombres debemos repetir: medios como The New York Times, políticos como el Presidente Obama y la candidata presidencial Hillary Clinton; los grandes financiadores de organizaciones de “interés público” de Europa Occidental; y un nutrido contingente de aduladores internacionales, la ONU y otros, quienes no han podido despegarse de su romántica visión del sueño guerrillero.
Esperemos que el excomediante y futuro presidente de Guatemala tenga las agallas para enfrentarse a todos ellos.
Este artículo fue publicado antes por el PanAm Post.
Steven Hecht colaboró en este artículo.
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