Desde su celda en la prisión, el expresidente de Guatemala Otto Pérez Molina ha jugado la carta de llorón al decirle a la cadena Russia Today —un extraño aliado, por cierto— que el responsable de su caída no era otro que Estados Unidos, y sus viejos trucos; y que influyó en su caza a través de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) de las Naciones Unidas, una valiosa compañera para la corrupción oficial.
Pérez Molina está diciendo la verdad, pero es una verdad que termina siendo mentira. Es el llanto de un gángster que, a punto de ser asesinado por otro de su tipo, grita de forma emotiva: “¡Él me traicionó”
Como presidente de Guatemala, Pérez Molina estaba en el negocio de la traición. Insultó los intereses de los guatemaltecos, a quienes había prometido servir. Se involucró en un pacto no escrito con Estados Unidos para que él y sus amigotes puedan llevar adelante sus sórdidos actos de corrupción, en tanto y en cuanto apoyen los sórdidos objetivos de Estados Unidos.
En particular, Pérez Molina acordó con Hillary Clinton y el Gobierno de Barack Obama que su aliada, la fiscal general Claudia Paz y Paz, pudiera mantenerse en el poder y continuar impulsando el plan de la guerrilla para tomar el poder en el país. Entre otras cosas, esto significó permitir que las milicias guerrilleras tomen el poder en las áreas rurales, con el resultado —o uno de ellos— de fomentar un nuevo flujo de inmigrantes hacia Estados Unidos.
Pérez Molina le contó a Russia Today que Estados Unidos utilizaba la inmigración para justificar su “interferencia y mayor control sobre el país”. Pero fue el propio ex presidente quien guió al lobo hacia el gallinero.
El beneficio del presidente Obama en esto es múltiple. El flujo de inmigrantes hacia Estados Unidos, acogido por Obama, suma a la base de poder del Partido Demócrata y acelera la toma de poder étnico en Estados Unidos. Al mismo tiempo, Obama utiliza la crisis migratoria como pretexto para jugar a ser maoista en Guatemala, desestabilizando el orden político del hemisferio, y elevando a sus amigos, a la familia Castro de Cuba, a nuevas alturas.
Una parte del negocio sucio de Pérez Molina consistía en entregar, a sus excolegas del Ejército, a persecuciones judiciales. Un juez involucrado en esto, Miguel Ángel Gálvez, también es el juez en el caso por el fraude en las Aduanas. Es de la línea de Paz y Paz, y usa la retórica de la “justicia” para atacar la Constitución y el imperio de la ley. Que ahora Pérez Molina sea víctima de este abuso, solo puede ser considerado un caso de justicia poética.
Lo mejor que Pérez Molina puede hacer es salir de la cárcel lo más rápido posible, y desaparecer con todo el dinero que pueda cargar. Con suerte, su sucesor hará mejor las cosas para servir a la gente que lo eligió.
Este artículo fue publicado antes por el PanAm Post.
David Landau contribuyó a este artículo.
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