¿Qué amas?
A finales de 1959, Emi fue a Washington D.C. a ver a sus padres. Ellos se habían mudado de casa de Tatica a un pequeño departamento en los suburbios de Arlington, Virginia. El viejo había trabajado como ayudante de camarero en un hotel de Washington, un trabajo agotador con salario de inmigrante. Cuando un rudo supervisor le dijo que trabajara más duro, el viejo hizo uso de su escaso inglés para decirle: “Tú matarás gente, pero no me vas a matar a mí”.
La vida en Estados Unidos había convertido al viejo en un niño. Una noche, al salir del hotel, descubrió que una Nueva capa de nieve había caído sobre la ciudad. Las marcas por las que se orientaba quedaron enterradas y perdió completamente el rumbo.
La noche que Emi se quedó con sus padres, el anciano vació sus bolsillos para llevar a la casa una botella de vino tinto, una cortesía que viviría por siempre en la mente del hijo, como también los hechos que pronto cambiarían el rumbo de su vida.
A pesar de tantas pérdidas y sufrimientos, Riverito pensaba ante todo en sus muchachos. Pero ya no existía el hogar, y Adolfo estaba en otro mundo, a miles de kilómetros de distancia.
En la Federación Mundial de la Juventud Democrática en Budapest, Adolfo era el cubano de mayor rango en Hungría y el embajador de Cuba de facto. Como enviado del nuevo orden cubano, Adolfo viajó a lo largo y ancho del viejo continente dando charlas apasionadas a un público embelesado al que arrancaba lágrimas por el milagro de la revolución. En privado se quejaba de su trabajo como burócrata internacional mientras en su país la revolución avanzaba. Pero para Adolfo, “hogar” era algo más que la revolución; era su familia que había dejado atrás y ese era el gran problema.
Antes de la visita de Emi a Washington, Adolfo les había escrito a sus padres: “Separados como están de todo lo que aman, no puedo imaginar que sean felices ni que lo serán. Como recordarán, no estuve de acuerdo con su partida. Esperemos que puedan soportar los tiempos difíciles”.
Adolfo no dudó en dar a sus padres una charla política. En noviembre de 1959 escribió a su padre: “Tu trabajo te permitió salir adelante en la vida y llegaste a creer que en nuestra sociedad el hombre que trabaja puede avanzar. Pero no es verdad. Trabajaste mucho, pero muchas personas trabajaron mucho más y nunca llegaron a ningún lado, nunca disfrutaron de nada.
“La revolución está preparando una nueva vida donde habrá trabajo y un futuro para todos los cubanos. Está claro que la revolución, en la tarea de limpiar y cambiar todo el sistema de corrupción, traición, política sucia, entrega de nuestro tesoro nacional a los yanquis y todos los otros males que conocemos, inevitablemente afectará a las personas que no tuvieron que ver con esas miserias pasadas. También está claro que, a medida que la revolución se afiance, las cosas ‘tomarán su nivel’, no el antiguo nivel sino uno nuevo, una nueva vida para el pueblo cubano; una vida sin tanta amargura, sin tanto sufrimiento, sino con una gran preocupación por toda la humanidad; una vida más humana y valiosa, que es por lo que estamos luchando. En esa nueva vida habrá espacio para todos”.
En otra carta a su padre, Adolfo escribió: “Emi ha fundado un hogar burgués y continúa con la rutina gris y aburrida de su pequeño individualismo… Te diré claramente lo orgulloso que estoy de verte de pie, listo para trabajar, no importa cuán humilde y agotador pueda ser el trabajo… Lo importante es la solidaridad, la cercanía espiritual que existe entre nosotros y que no existe entre Emi y yo”.
A Emi, por su parte, no le gustaba la revolución y menos la idea de atacar a su hermano. Pero su naturaleza lo empujó a oponerse a lo que Adolfo veneraba: al Partido, al líder, al Estado unitario. Al igual que Mario Cavaradossi, el héroe de su ópera favorita, Tosca, Emi sintió que sus ideales lo empujaban a la lucha. Dejó a un lado sus preferencias y se lanzó. En una hermosa mañana de diciembre, Emi visitó el edificio del Buró Federal de Investigaciones (FBI) para disfrutar de una visita guiada. Al final de la gira, no salió con los demás visitantes, sino que esperó a que alguien le preguntara qué hacía allí. En su impecable inglés, Emi le dijo al guardia que se le acercó que deseaba hablar con un funcionario. Lo llevaron a un cubículo y lo invitaron a sentarse.
Cuando entró el funcionario, Emi se identificó y tomó nota del nombre del señor. Esperó la invitación a hablar.
—Soy un cubano de visita en Washington. He venido a verlos, porque estoy preocupado por lo que está sucediendo en mi país.
—Entonces quizá quieras hablar con la CIA —le señaló amablemente el funcionario—. El FBI no se involucra en asuntos fuera de Estados Unidos.
—Gracias, señor. Sé que lo que dice es verdad. Pero no siempre ha sido así. Mi familia estuvo cerca del centro de la política cubana durante muchos años. Mi padre, que ahora vive en Arlington, fue periodista del Palacio Presidencial de Cuba. A menudo elogiaba a los agentes del Buró que fueron destacados en La Habana. Para mí, esta visita al FBI es una especie de tributo. Me siento honrado de estar aquí. No vine a decir nada en específico. Y no le robaré más tiempo. Solo quería decirle que estoy preocupado.
Con un gesto operático muy propio, Emi se puso de pie y se fue.
Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.
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