A pesar de que las protestas continúan, el régimen de Ortega mantiene el control en Nicaragua y está ganando la batalla en contra de la prensa independiente. Tres periódicos terminaron sus operaciones el 27 de septiembre y otro medio cerró su versión digital el 7 de octubre.
El Nuevo Diario, un periódico de 39 años, fue uno de las víctimas de hostigamiento por parte del gobierno. Debido a las restricciones de importación para el material de impresión, el medio ya había cancelado las ediciones del fin de semana y reducido el número de páginas de 38 a 8 en cada ejemplar.
Los medios independientes de Nicaragua han sido un objetivo principal del régimen Sandinista desde que volvió al poder en 2007. Sin embargo, la censura se intensificó cuando la crisis política estalló en abril de 2018. La dictadura Nicaragüense empezó a amenazar y encarcelar periodistas y a ocupar por la fuerza salas de redacción. Por semanas, los paramilitares mataron estudiantes y la policía arrestó a miles y miles de manifestantes.
La conexión con Estados Unidos
Al contrario de la opinión popular, la capacidad de Ortega para acumular y mantener el poder por años, de hecho, tiene mucho que ver con sus alianzas forjadas tanto con “el imperio” como con los agitadores anti Estados Unidos. Pese a sus vínculos históricos con líderes socialistas como el cubano Fidel Castro y el venezolano Hugo Chávez, Daniel Ortega impulsó a los congresistas de Nicaragua a aprobar el tratado de libre comercio con Estados Unidos en 2006.
Una vez que asumió el poder para su segundo mandato en 2007, el presidente George W. Bush anunció asistencia para ayudar a Nicaragua a reducir su enorme tasa de pobreza de 70%. El gobierno de Obama mantuvo la misma política de apoyo a un hombre viejo, pensando que había cambiado la página y dejado atrás su pasado en la guerrilla marxista.
Una década después, el crecimiento promedio del PIB era de 4% anual y la pobreza se había reducido en un 20%. Esto fue producto de la liberalización del comercio y de la ayuda de $3.300 millones que Venezuela canalizó por Nicaragua con la venta de petróleo. Parte de este dinero sirvió para financiar a varios programas sociales que Ortega lanzó con el fin político de asegurar respaldo popular.
Evidentemente, la política estadounidense de apoyar a otro tirano socialista ha producido resultados espectacularmente indeseados. Ortega y su círculo cercano de familiares y amigos instalaron una estructura corrupta de partidarios que se han enriquecido. En 2011, él atropelló los límites constitucionales de reelección e hizo que la coaccionada Corte Suprema le prepare el camino para su tercera presidencia.
Nicaragua es ahora un sistema unipartidista de facto y el final del gobierno sandinista no se divisa en el horizonte. Cuando la diplomacia petrolera de Venezuela se empezó a debilitar en 2016, Ortega tuvo que cortar bonos y subsidios. La pobreza de nuevo está aumentando y los nicaragüenses están huyendo de su país en busca de empleo y libertad política.
Experimentos del estado profundo
El Departamento de Estado, una y otra vez, se alinea al lado erróneo de la historia, a veces incluso con el silencio del gobierno. Mientras que el Departamento del Tesoro de EE.UU. imponía sanciones a funcionarios nicaragüenses este año, los diplomáticos estaban apoyando la campaña presidencial de Sandra Torres, una buena amiga de Ortega en Guatemala. El embajador de EE.UU. para Guatemala, Luis Arreaga, y la representante del Congreso Nancy Pelosi, demócrata, apoyaron a Torres.
También una excombatiente guerrillera, Torres se posicionó al crear varios programas sociales durante el periodo de gobierno del guatemalteco Álvaro Colom (2008-2012), su esposo en ese entonces. Ellos se divorciaron en 2011 para que Torres pueda ser candidata legalmente y presentarse a las elecciones presidenciales. Como una populista de izquierda hasta los huesos, ella argumentó su separación en la famosa frase de que quería “casarse con el pueblo” y desde entonces ha tratado de convertirse en presidente. Ortega hizo una jugada similar y ahora gobierna en conjunto con su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo. Lo de utilizar su matrimonio como una estrategia para consolidar las dinastías es un hábito conocido de la tropa socialista en América Latina, también presente en Venezuela y Argentina.
Una fuente dentro del gobierno de Guatemala, que ha pedido mantenerse anónimo por motivos de seguridad, dijo a Impunity Observer que Torres, Ortega y Nicolás Maduro —en ese entonces ministro de exterior de Hugo Chávez— se reunieron dos ocasiones en Managua en 2011. Los temas a tratar era cómo hacer que Torres sea elegida presidente en Guatemala y cómo financiarían su campaña con fondos venezolanos.
Torres, quien perdió la elección del pasado agosto con Alejandro Giammattei, está ahora bajo arresto por supuesto financiamiento ilícito de su campaña. Ella se candidatizó en una plataforma de más impuestos para hacer de Guatemala otra Nicaragua que entrega bonos desde arriba hacia abajo para los pobres.
Los resultados de esquemas similares gestionados por gobiernos socialistas corruptos en Cuba, Venezuela, Argentina y Ecuador hablan por sí solos.
Los guatemaltecos están conscientes de estas consecuencias, y los vínculos cercanos entre Torres y la alianza socialista de la región pesaron en su contra durante los comicios. Sus aliados dentro del coaccionado sistema de justicia de Guatemala, sin embargo, permanecen insistiendo en su nefasta agenda.
Los efectos de la CICIG, otra iniciativa liderada por el Departamento de Estado en Guatemala, ya son visibles en las áreas rurales plagadas de ilegalidad, especialmente aquellas cercanas a la frontera con México, y al débil imperio de la ley en todo el país. Esto ha aumentado la violencia y reducido las oportunidades económicas, forzando a gente trabajadora a convertirse en migrantes hacia el norte.
La camarada globalista está regresando a casa del tirano en Nicaragua. Ante las políticas más estrictas del gobierno de Trump, Ortega ha reanudado su agenda anti-imperialista. Solamente una limpieza exhaustiva de la burocracia del Departamento de Estado de EE.UU. prevendrá nuevos experimentos fallidos de socialismo en América Latina.
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