Espías al mando
El socio principal de Brand en La Habana era Efrén Rodríguez, el abogado y camarada que había irrumpido en su oficina dos años antes con exclamaciones sobre los comunistas en el régimen. Esos comentarios habían alarmado incluso a Brand, quien era por demás extrovertido.
Efrén, un maestro en demoliciones, había sido autor de numerosas explosiones en la capital, hecho que el régimen no podía ocultar a un público ansioso. Encabezaba la lista de los más buscados, y los agentes de Fidel se afanaban por encontrar su rastro.
Brand apenas se había puesto al día con Efrén cuando este dijo que tenía que irse.
—¿A dónde?
—A una reunión de jefes de sección.
—¡No me gusta eso! —exclamó Brand.
—No te preocupes —dijo Efrén, mostrando la sonrisa de su buen carácter mientras apretaba una medalla en su cuello—. La Virgen me protegerá.
Al día siguiente Brand se enteró de que el chofer de Efrén lo había visto salir de la reunión bajo la custodia de un hombre de paisano que lo hizo parecer lo más inocuo posible. Era la Seguridad del Estado, que mantenía un perfil bajo. Efrén había logrado hacer una seña al conductor pasándose un dedo por la garganta en un gesto inconfundible: estoy muerto.
A los pocos días lo fusilaron.
La operación de Brand en La Habana había perdido su brazo derecho. El resto de la red de Efrén ahora debía reagruparse. Era urgente que Brand llevara armas a la ciudad. La gente en La Habana podía poner bombas y crear interrupciones, pero sin armas no podrían dar un paso decisivo.
Brand también recibía mensajes de Pinar del Río sobre cuándo dejarían caer las armas. Brand seguía preguntando a sus contactos de la CIA en La Habana sin obtener respuesta. Como medida temporal, podría suministrar algunas de las armas del arsenal de Ernesto a los hombres de Pinar del Río. Después de la muerte de Plinio, Brand no tuvo ningún contacto importante en el Escambray, así que los norteamericanos le presentaron a Ernesto, un hombre de negocios con fuertes credenciales y personalidad agradable. Ernesto no era comparable con Plinio, pero Brand siempre recordaba un consejo que había extraído de Aristóteles: “En política no se crean personas, trabajas con las que tienes”.
Después de organizar el transporte de las armas desde el centro de la isla, Brand convocó a Ernesto a una reunión.
—Estoy listo para recoger las armas en el Escambray —dijo Brand.
—Tenemos un problema —respondió Ernesto—. Las armas ya no sirven.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
—Una fuerte lluvia inundó el terreno donde fueron enterradas. Las armas se oxidaron y están inutilizadas.
—¿Todas?
—Todas.
No podía ser verdad. Antes del lanzamiento, Brand había interrogado a personas de la CIA sobre cómo se empacarían las armas. Le aseguraron que las armas estarían en forma, incluso si tuvieran que estar por semanas en el fondo de un pantano.
¿Qué estaba pasando? Parecía que Ernesto había entrado en pánico. Brand había visto esto docenas de veces. Los hombres acomodados como Ernesto suponían que podían ser tan efectivos en la vida clandestina como lo habían sido en los negocios. Entonces se encontraban cara a cara con presiones terribles que nunca habían conocido y que se acumulaban a una velocidad que no podían imaginar.
Con el estado de terror que se apoderó del país, Ernesto tenía miedo de caer en una trampa policial. No quería arriesgarse a que las armas se movieran de sus predios.
“¡Qué demonios! Le daré unos días para superar sus preocupaciones. Cuando se enfríe me dejará mover las armas”.
La orquesta completa
—¡Levántate! —dijo Ana, la amiga de Brand, sacudiéndolo alarmada—.
¡Algo está pasando!
—¡Dime! — Brand dijo, despierto.
—Están bombardeando Ciudad Libertad.1
—¿Cómo lo sabes?
—Alguien llamó y me lo dijo. ¿Qué significa eso?
Seis de la mañana, sábado 15 de abril de 1961. Grandes explosiones sacudieron el centro de La Habana. Debe haber sido la CIA, no había otra explicación posible. Brand no había tenido noticias de un ataque; tampoco las había tenido nadie de la clandestinidad que él supiera.
Sin duda el objetivo del ataque era destruir la fuerza aérea de Castro antes de un desembarco de tropas. Pero, ¿por qué atacar sin decir una palabra a la clandestinidad?
Brand sabía que la fuerza cubana que estaba entrenando en los campamentos de la CIA no era lo suficientemente grande como para merecer un preludio como este, que sí se justificaba para una intervención norteamericana.
Cualquiera que fuera su plan, la CIA colocaba a la clandestinidad en un serio peligro. El bombardeo crearía una confusión masiva en sus filas, al mismo tiempo que enviaba un mensaje a Fidel: “Haz tus arrestos, vamos para allá”.
Notes
1. Cuartel general del Ejército y aeropuerto militar en La Habana.
Esta selección es de Hermanos de vez en cuando de David Landau. El libro, incluido todo el material que contiene, tiene copyright 2021 de Pureplay Press.
Todos los lunes, miércoles y viernes, Impunity Observer publicará fragmentos de Hermanos de vez en cuando hasta compartir una parte sustancial de la obra. ¡Sigan nuestras redes sociales en Twitter y Facebook para no perderse ninguna entrega!
Join us in our mission to foster positive relations between the United States and Latin America through independent journalism.
As we improve our quality and deepen our coverage, we wish to make the Impunity Observer financially sustainable and reader-oriented. In return, we ask that you show your support in the form of subscriptions.
Non-subscribers can read up to six articles per month. Subscribe here.